“Hay que recordar para construir un mejor presente”

Entre otras “tragedias” de las que habla en la siguiente nota, está la de su hija de 17 años, Franca, secuestrada durante la dictadura. Sin embargo, todavía no para de luchar por “un mundo solidario”.

Es una doble historia, la mía”, dice Vera Jarach al empezar esta entrevista. Y explica: “Hay dos tragedias. Una, con mi familia: padre, madre, hermana mayor, nos salvamos a tiempo. En 1939 emigramos, nos refugiamos en la Argentina, y nos salvamos de una casi segura deportación. En Italia había empezado el fascismo de Mussolini. Mi mamá logró convencer a mi padre, que no quería venirse. Era un padre antifascista, que había firmado en favor de Matteotti, asesinado por el fascimo. Mi papá no quería irse: en Italia no va a pasar nada, decía. Yo tenía 10 años. Era una nena pero no era tonta. Una maestra le dijo a mi mamá que no podía ir más al colegio por ser judía. Fue la primera injusticia que vi personalmente. Valiente, la maestra, porque se arriesgaba a decir lo que pasaba. Cumplí 11 años en el buque en que viajamos. De golpe se terminó mi infancia. Ya no era más una nena, no me sentía más una nena. No quería pensar ni en juguetes. Pero el que se quedó en Italia fue mi abuelo materno, que decía que no iba a pasar nada. Mi mamá convenció a mi papá pero no pudo convencer a su papá. En el 44, cuando terminaba todo lo terrible, fue deportado a Auschwitz y no hay tumba. Después saltamos a la Argentina de la dictadura. A Franca (Jarach Vigevani) se la llevaron enseguida, en el 76. Tampoco hay tumba para ella. Ni para mi abuelo ni para Franca: fue la ESMA y luego los vuelos de la muerte. O sea, que se repite la historia, distintas épocas pero siempre la misma tremenda dolencia. La perversión y el odio”.

Vera Jarach tiene 95 años y una lucidez tremenda. Nació en Milan, Italia, el 5 de marzo de 1928. Parte de su historia es la que se lee en el párrafo anterior. Se nacionalizó argentina. Es una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Trabajó como periodista en la agencia italiana ANSA. También publicó libros. Siempre sobre derechos humanos, causa de la que es militante. Franca, su hija, tenía 17 años cuando la secuestraron. Recién 20 años después Vera conoció qué pasó con ella.

La entrevista tiene lugar en su casa, en un antiguo y luminoso edificio a metros de las barrancas de Belgrano, donde hay un jacarandá y una placa que recuerdan a Franca. “En este edificio -dice Vera- vivía un cantante. Emilio del Guercio, se llamaba. Acá ensayaba con Spinetta y armaron Almendra. De acá salió esa canción famosa. ¿Sabés quién era la famosa muchacha de la canción? La hija del portero”. Y se ríe, como se reirá durante las casi dos horas de charla. En ese tiempo, no se levantará del sillón al que la acercó Marcela, quien desde hace dos años la cuida y acompaña a charlas que da por todos lados. Sobre todo a colegios. A su lado, Marcela acaba de colocar un cuadro con la foto de Franca. Vera tiene el pañuelo blanco de las madres; sobre su pecho, otra foto -pequeña- de Franca.

¿Por qué a los 95 años hace lo que hace, Vera?

-Porque además de las consignas de siempre, de las Madres de Plaza de Mayo, de los derechos humanos, de la necesidad de memoria, de justicia, tengo dos consignas más, que creo que son muy importantes: nunca más el odio y nunca más el silencio. No mirar al otro lado, no a la indiferencia. Hay cosas que vemos pasar, tragedias que se repiten, como el hambre, que crece. Y hoy en día tenemos tantas otras tragedias. A los 95 años se pueden hacer muchas cosas. Momentito: nada es eterno. Hay un límite biológico. Pero mientras debajo de este pañuelo funcione el cerebro, que se supone es el que manda, voy a seguir moviéndome, y ahora con silla de ruedas, aunque en mi casa camino bastante bien, porque es mi casa, conozco todo, me apoyo en los lugares conocidos, así que no me caigo. Hay que moverse, sin duda que la base es el movimiento. Así que hasta que pueda y funcione lo voy a hacer. Lo que me importa es el presente y el futuro. Dejar, si es posible, un buen legado. Estamos en un momento muy difícil. Todos.

-Claro.

-Hay fuerzas que son tremendamente poseedoras no sólo del dinero si no de los poderes en general, y que son en buena parte responsables de las consecuencias del odio. Se empieza por los odios pequeños en las escuelas, a veces entre los chicos, y se van repitiendo hasta llevar a las guerras, a los genocidios. Ha sucedido. Tuve la suerte de que cuando empecé a buscar a mi hija conocí en Italia a Primo Levi. ‘¿Sabés quién escribe la historia? Los dueños del mundo’, me dijo. Y las historias se repiten. Pero uno se puede dar cuenta cuándo se producen los primeros síntomas. Es muy necesario y difícil de lograr lo que queremos: reforzar la democracia que tenemos desde hace 40 años. Queremos la justicia de los tribunales y la justicia social, ambas necesarias. Hay gente buena. Tengo una persona a la que acabás de conocer, Marcela, que apareció en mi vida y me cuida la salud. Es una compañera, piensa de la misma manera. Hace poco recorrimos Italia. Lo mío es con los jóvenes.

-¿Por qué?

-Porque son el futuro. Pero cómo se logra un mundo mejor. Mi hija había elegido su carrera universitaria, Ciencias de la Educación, que no había empezado. La educación es fundamental. Tuve, tengo, la suerte de una buena comunicación con los chicos. Franca era alumna abanderada del Colegio Nacional de Buenos Aires. Se la recuerda de una manera muy especial que después te cuento. Desde los 13 años, cuando entró, fue la representante del Centro de Estudiantes. La palabra militar no me gusta, pero es la que usamos: militó en la escuela. Siempre con espíritu crítico; o sea, no formó parte de ninguna agrupación especial. Pero tenía pasta de líder. Así fue víctima. Al lado de esa carrera elegida como posible, se buscó un oficio en el ámbito de la gráfica. Y cayó con un grupo de gráficos. Esto lo supe veinte años después. Desde luego que tras los primeros años perdimos la esperanza, pero desconocía su destino: estuvo en la ESMA y lo supe a través de una mujer, también de un grupo de trabajadores gráficos, que como esperaron a que naciera su bebé la soltaron y recordó a las personas que había visto. Entonces supe la verdad. La supe a través de ella, a través de los antropólogos forenses. Y la verdad, por más horrible que sea, es siempre mejor que no saber nada. Vuelvo a los chicos: con ellos tengo una manera fácil de hablar. Es como si estuvieran, estuviéramos, ligados por los mismos sueños, los mismos pensamientos, los mismos anhelos de justicia. Pasan las cosas y cada vez siento más esto. Por lo tanto, me gusta ir a dar charlas en las escuelas.

-¿De dónde sacá tanta fuerza, Vera?

-Una fuerza grande nos vino de unirnos con las Madres. Que no nos digan heroínas porque no lo fuimos, al menos al principio. Era algo que nos salía de las vísceras. Necesitábamos saber y salvar a nuestros hijos. Me tocó formar parte de las Madres Línea Fundadora una semana después de la primera ronda. Un día fui y había una señora sentada al lado mío, y bajito me contó que su hijo había ido al Colegio Nacional Buenos Aires y nos fuimos a tomar un café. Me contó que la semana anterior habían ido por primera vez a la Plaza de Mayo. Para nosotras eso fue una gran ayuda porque nos fortaleció dándonos el brazo, porque siempre fuimos de a dos en nuestras rondas. Y gradualmente se fue haciendo… primero nos decían las locas, y, sí, claro que éramos las locas: nos habían robado a nuestros chicos. Con el tiempo nos transformamos en un movimiento de resistencia. Hoy la Plaza es el lugar más importante de las manifestaciones. Somos un buen ejemplo, fuimos y seremos recordadas como un buen ejemplo de resistencia a todos esos horrores y perversiones.

-Contaba que dejó de sentirse una nena, puntualmente, a los 11 años. ¿Qué le pasó?

-Porque un chico de 8, 9, 10 años no es tonto. Comprende muchas cosas. En mi caso, había leído Pinocho, un libro que no es para chicos, si no para grandes. Habla de las injusticias. De las grandes injusticias. Yo conocí la primera injusticia a los 10 años, cuando pasó aquello de que los judíos no podíamos ir a la escuela. En el viaje aún era una nena, en el barco. Jugábamos al escondite. ¡Sabés qué lindo era jugar a esconderse en un barco grande! Pero al llegar a Argentina me sentía grande porque había pasado cosas difíciles y a medida que pasaban los días me daba cuenta de que no me interesaban los juguetes sino saber, conocer. Y empecé a aprender mucho más de mis padres. De los dos. De mi padre aprendí tempranamente qué era el fascismo. Él decía que lo primero de todo era el respeto a la dignidad de los seres humanos. De mi madre, ni te digo. Adorada por todos. Cuando me fui a Italia a buscar una información, ella, que tenía bastantes años y con dificultades para caminar, me reemplazó en la ronda de las Madres. Lidia Giovanni. Veneciana.

-Fue periodista, ¿se mantiene al tanto de las noticias?

-Mi pasado de periodista no lo dejé. Escucho mucha radio. Suelo escuchar a la RAI 3 desde mi computadora, hay un programa que se llama Prima Pagina, Primera Plana en español, y en estos días hablaban de estos temas, de las inteligencias artificiales, y pronosticaban la posibilidad de que nos ganen y tengamos que someternos a las consecuencias. Tratemos de que no pase. Es muy doloroso ver la pobreza que hay en la infancia. Para los niños la miseria y el hambre es lo más injusto que puede haber. Más injusticia que esa… Pensar que un niño tenga que andar en la calle, no sé, es indigno. Justamente es lo que decía mi papá: no respetar la dignidad de los seres humanos. Cuántos niños mueren hoy en día en los naufragios del Mar Mediterráneo, con tantos inmigrantes que buscan una vida más digna, un trabajo, y se hunden estos barcos… bah, barcazas. En uno de los últimos lugares en los que estuve había una persona que logró recoger objetos de náufragos. Está haciendo muestras con estos objetos. Nos contó que un niño, un niño muerto en el mar, tenía en el bolsillo un autito. ¿Te das cuenta? Si uno lo piensa, es… ¡un autito! Es el colmo de la injusticia, de la maldad, y de la incapacidad de recibir bien, tratar bien, ¡de ayudar! Se trata de darse un abrazo, una mano, con el otro. Fraternalmente. Lo mejor es la solidaridad.

-¿Cómo se sobrelleva el dolor, Vera?

-Haciendo. Hay muchas cosas en mi vida sobre las que digo que no sólo no puedo quejarme, sino que tendría que decir gracias a la vida que me ha dado tanto, como la canción de Violeta Parra. Me ha dado dos padres fantásticos. Me ha dado una hija a la que siento que está cada vez que entro al Colegio Nacional Buenos Aires, donde la recuerdan con un mural hermoso. Me tocan estas cosas, que una no se las puede imaginar a veces: me dan energía para seguir adelante. Entonces una dice “quizás sirvo para algo”.