“SER ABUELA ES UN HOMENAJE A LOS HIJOS”

Ana María Picchio no necesita presentación. Actriz de toda la vida, enfrenta la pandemia con paciencia pero extrañando los abrazos. Sin computadora en casa, aprendió a mirar películas en el teléfono y a usar el Zoom. Sale muy poco porque lo primordial es cuidarse. De la limpieza hogareña, libros, nietos y amor habla en esta entrevista con Comunidad PAMI.

Me pregunto muchas veces si estoy aprovechando el tiempo, porque tengo la sensación de que por momentos no hago nada beneficioso: eso me pone medio de mal humor. Pero por lo general trato de pasarla bien”, cuenta la actriz Ana María Picchio acerca de cómo vive estos días en su departamento de Buenos Aires. Como la mayoría, hace lo que puede para cuidarse y cuidar a los demás en tiempos de restricciones.

¿Cómo sobrellevás estos tiempos?

Hay proyectos, pero todos tienen que ser por Zoom. Extraño reunirme con mis compañeros y amigos. El encierro agota. Una de las pocas salidas que hice fue a tres cuadras, a la casa de Evangelina (Salazar). Estuvimos solas. Hay que cuidarse. Pero una se las ingenia para mantener el contacto. A veces con gestos hermosos. Por ejemplo, para mí tuvo un valor inmenso que un día Evangelina me mandara un poco de asado que hizo Palito (Ortega). Cada uno comió en su casa, pero la misma comida. Fue una manera simbólica de compartir y de estar juntos.

Raro, ¿no?

Sí, porque además todo el mundo está así. Es una conciencia universal, diferente, que se está adquiriendo; y una es parte de esa conciencia.

¿Qué actividades hacés diariamente?

Sé lavar, sé planchar, sé limpiar la casa. Cocinar. Soy una maestra para esas cosas. Pero son cosas agotadoras. Ya no me puedo agachar como hacía antes, porque es cierto que el cuerpo con los años pasa factura. El médico me recomendó que no entre nadie a casa, entonces todo eso sí o sí lo tengo que hacer yo. ¡Limpiar un horno es un fastidio! Vivo sola y por lo tanto tengo que hacerlo todo. No me quejo, pero no me preparé para esto.

Además, no eras de quedarte mucho en tu casa.

Me gusta salir mucho: ir al cine, al teatro, leer, caminar, viajar. En cambio ahora, para sobrellevarlo lo mejor posible, lo encaro con la idea de que estoy haciendo lo que hace todo el mundo. Ni es un aprendizaje, ni nada. Lo hago y punto. Me gustaría ir a ver a mis nietos (tiene tres: mellizos de 11 años y una adolescente de 17), llevarlos a la plaza, tirarnos del tobogán. ¡El contacto, extraño! Darnos un beso. Necesito abrazar.

Se extrañan los abrazos…

La semana pasada vi la imagen de los inmigrantes que se fueron nadando desde Marruecos y me quedé en el abrazo hermoso que le dio la chica de la Cruz Roja a uno de ellos. No está todo tan mal. Los que dicen que está todo mal son los incapaces de hacer algo por el otro. Hay gente que es capaz de salvar a un bebé, como se vio en otra foto… Si veo que alguien pasa un mal momento, corro a ayudar.

Creo en el final de El diario de Ana Frank. Cuando termina, es el padre quien va a la casa a ver cómo quedó todo. Encuentra el diario de Ana. En ese diario Ana escribió “a pesar de todo el hombre es bueno”. Creo que el hombre es bueno. Creo en el ser humano. Los más chiquitos hacen cosas buenas: mi nieta, por ejemplo, a veces se preocupaba por cosas que los grandes no. Ella pensaba en cómo harían los chicos gay para amarse, para no despertar sospechas. Esas cosas yo nunca las había pensado y una nena me las hizo pensar. Si, en el fondo el hombre es bueno.

Cuando contabas de tu nieta me preguntaba si el ser humano evolucionó.

Los de mi generación no pensábamos como piensan los de la generación de mi nieta. La gente de mi generación que juzgaba a los demás por su pinta sigue pensando así. Salvo algunas excepciones. Hay algunos a los que la injusticia no les cambia la cabeza. Pero el luchar por el otro y por la ideología es algo que una va reforzando.

¿Cómo podrías adaptar esa idea a los tiempos actuales?

El encierro influye mucho. Cuando apareció este virus algunos salían y otros no salíamos. Parecía que no estábamos, pero estábamos cumpliendo órdenes: nos pedían que nos quedásemos adentro y tenían razón. Yo estuve varios meses sin salir. Después me vacuné. Me aplicaron la AstraZeneca pero me hubiese gustado la rusa. 

«Me alivia que haya una vacuna. Significa mucho. Es no morir. Por ahí me muero por otra cosa, pero no por eso. Es una tranquilidad».

¿Esto también pasará?

No sé. Pero en principio tendremos que acostumbrarnos a vivir con estas limitaciones, a ser felices así. Creo que esto dejará secuelas durante varios años. El coletazo del Covid será permanente y si no nos adecuamos nos vamos a enfermar. Por eso creo que la gente que no lo entendió de entrada no lo entenderá más. Es falta de conciencia: si no lo entendiste de entrada, sonaste. No es “me porto un poquito mal”, porque ese poquito te puede llevar a la muerte.

Falta conciencia y sobran casos.

Claro. Ayer se enfermó el hermano del marido de mi hija. Hace un mes fue operado del pie y está haciendo reposo. ¿Cómo se contagió? No se sabe. “Puede ser cuando fui a hacer fisioterapia o en el taxi”, dijo. Pero no se sabe.

 Antes hablabas de los trabajos de limpieza en tu casa. ¿Qué cosas placenteras hacés?

Al principio leía bastante. Como hacía mucho que no leía empecé a releer a Borges y otras cosas suyas que nunca había leído. Leí mucha poesía. Leí libros maravillosos. Vi algunas películas viejas y otras nuevas. Me acostumbré a verlas por el teléfono porque no tengo computadora.

Pará, pará, pará ¿me estás diciendo que Ana María Picchio no tiene computadora?

Nunca me interesó el tema. Cuando empezó lo del Covid sentí que si no hacía algo con el teléfono no iba a poder hacer nada. Entonces un amigo me enseñó a utilizar el Zoom. Otro me enseñó otra cosa. Y así. ¡Ahora soy especialista! Pero de la compu, nada. Tengo fe en que me van a regalar una. Te cuento algo: un fin de semana me fui al campo con mi hija y los chicos. No hay agua, salvo que el motor funcione con el molino. Tampoco hay luz, ni gas. Se usa la garrafa. A la noche, velas. ¡Qué experiencia maravillosa! Sin teléfono, sin computadora. Hablamos, jugamos. Porque en definitiva los que tienen el conocimiento son los viejos. Y nos dimos cuenta de cómo los chicos querían jugar con nosotros. Inventaron juegos, aportamos limitaciones. La pasamos genial.

Se puede vivir sin tanta tecnología.

Lo que encontré es que los chicos miran de una forma que una no se imagina. Una piensa que están en otra cosa, pero ellos siempre están mirando. El otro día tuvimos una charla entre amigos en la que nos dimos cuenta de que les tenemos miedo a los jóvenes porque no sabemos manejar internet. Pero cualquiera lo maneja. “Dejate de embromar, abuela, es así”, me dicen mis nietos y me dejan con la boca abierta. El niño o la niña hoy tienen tanta confianza que pueden ir más allá de lo que fuimos nosotros. Porque antes era un “calláte la boca que habla la abuela”.

¿Qué dicen tus nietos respecto de tener una abuela famosa?

Les encanta. “Nona, necesitamos de vos para que estés de parte nuestra en la no presencialidad de las clases”. Y ahí estuve.

¿Cuál es la diferencia entre ser mamá y abuela?

Enorme. Una adora a sus nietos y así le dice a sus hijos cuánto los quiere. Ser abuela es un homenaje a los hijos, y un agradecimiento.

¿Notás evoluciones en los chicos respecto de tu infancia?

Son más responsables. Por ejemplo, no cruzan por la mitad de la calle si no que van hasta la esquina. Lo nuestro ya es antepasado. Mi generación puso lo mejor para educarlos. Nos fuimos a analizar, militamos. Nos salió para la mierda pero bueno, al menos les dejamos la democracia. Por eso, si seguimos jodiendo, jodiendo…