Nora Perlé, la voz icónica de la radio

Más de 60 años de trayectoria impecable avalan su rol como comunicadora. Empezó cuando las mujeres no tenían protagonismo en el aire. Ella y su camada se lo ganaron por prepotencia de trabajo. Y calidad.

A sus 84 años, la voz más icónica de la radio argentina sigue hablando, diciendo y trabajando. También recibe premios y reconocimientos. No le falta el cariño de oyentes de todas las edades. Nora Perlé (Lidia Nora Zisman, su verdadero nombre) continúa con su clásico Canciones son amores los sábados y domingos a las 22 (Radio Mitre). También en la 2×4 (92.7 FM), con su Rinconcito arrabalero, los miércoles a las 21. ¿Puro Tango? No. hay más: ópera: en la Radio de la Ciudad (AM 1110) tiene una columna sobre ese género musical en el programa Abono 1110, que conduce de lunes a jueves a las 20 Martín Leopoldo Díaz, “un periodista genial”, como lo define ella en diálogo con Comunidad PAMI.

Cuenta que atraviesa un buen momento. Cuando no está al aire, trabaja en su casa pensando en lo que saldrá más adelante. Tiene su lugar de trabajo, se sienta y busca información en la computadora, escucha los discos que luego escucharán los oyentes y recurre a su propio archivo: los viejos recortes de diarios. No deja de leer de su enorme biblioteca. 

“No me entran más libros”, dice sobre la casa que comparte con su pareja, Ismael Hasse, hombre de teatro y televisión al que elogia: “Trabajó con los mejores. Con los mejores de la tele y en los mejores proyectos”. A su biblioteca personal se sumaron aquellos libros que leyó y marcó su madre -Eugenia- y que le quedaron de herencia. Cada vez que los abre siente que en esas páginas marcadas está su mamá. Si de ella heredó la pasión por la lectura, de José, su papá, le quedó el amor por el tango. Con el tiempo, ella agregó lo suyo, en literatura y en música.

«-¿Sos un ícono de nuestra radiofonía?

-No lo sé. Sí noto que hay respuesta de la gente, porque lo fundamental de mi trabajo tiene que ver con la verdad. Salgo al aire diciendo verdades, pero verdades sustanciosas. La radio es un lugar serio en el que no se puede jugar. Cuando una sale al aire tiene que ir con un contenido. Del otro lado hay gente escuchando y se debe no sólo informar, sino saber reflexionar e invitar a la reflexión. Reflexiones que den una riqueza. Eso es lo único que te lleva a que te acepten y te consideren una persona de radio. Sí siento que estoy donde debo estar.

 

-¿Qué te significa la radio en cuanto a espacio?

-Puedo estar con un problema, como cualquiera, algo personal, pero llego a la radio y me abstraigo de todo. No es que me olvido, sino que pospongo todo. Hay que ser muy seria, no se puede jugar con el escuchador. Porque la gente que me sigue no sólo oye. Oye, procesa y escucha. Es el contenido lo que le llega al escuchador. Y ojo, digo escuchador, eh. Escuchador. Y se llega al escuchador cuando se dicen las cosas con seriedad.

 

-Tantos años de radio, ¿nunca se te volvió rutina aburrida?

-No, porque en mi caso cada día preparo el material pensando en algo nuevo, en algo que tenga vida. Que son mis propias vivencias. No quiero estar en la cosa avejentada, pasada de moda o dicha mil veces. Lo que intento es la vitalidad del aquí y ahora. No me rodeo sólo de la gente grande, porque yo soy una persona grande, entonces me nutro de la gente joven, valiosa, a quienes hay que cuidar.

 

-¿Qué hacés para no quedarte en el tiempo?

-Alimento todos los días mi persona y trato de ser lúcida. La lucidez sólo se consigue con el pensamiento adecuado, con seriedad y buena disposición. Amo a la gente grande que tiene esta necesidad de seguir aprendiendo. Hay mucha gente grande valiosa, porque lleva experiencias, vidas. Fijate que Cacho Fontana tenía 90 años y decía que aprendía a vivir todos los días. ¡Estaba aprendiendo a vivir a sus 90 años! Por eso llegó tan lúcido a su último día. La gente envejece cuando piensa que tiene la última palabra. En la vida se aprende siempre. Como Cacho Fontana, hasta el último día de la vida. Tengo mucho, mucho por aprender. Por eso mi vigencia en la radio: saben que digo la verdad cuando hablo. Hay gente que piensa que no hay nada que aprender. Yo creo que se hace camino al andar, hasta el último día de la vida.

 

-Sos una persona de la palabra. ¿Cuál es la importancia de la palabra y del diálogo?

-Te lo contesto con un ejemplo. Mi madre, extranjera, polaca, llegó a la Argentina a sus 15 años. No sabía hablar castellano, ni leer ni escribir castellano. Luego de su vida de trabajo fue ella quien al crecer me instó a que estudiara. Y cuando tenía una duda la llamaba para preguntarle “mamá, ¿sapo va con s o con z?”. Y me corregía. Fue autodidacta absoluta. Nunca fue a un colegio aquí. Pero ella me enseñaba. “Nora, con s”, me decía. Tenía 95 años cuando se fue. Leyó hasta el último día de su vida. No daba a basto llevándole libros. Tengo todos sus libros en mi biblioteca con una crucecita hecha por ella con birome en la primera página, porque así ya sabía que lo había leído. Podía fallarle la memoria y así se daba cuenta de que lo leyó. Fue mi gran maestra, mi madre.

 

-¿Qué maestros tuviste en la profesión?

-Hubo cuatro maestros absolutos: Antonio Carrizo, Hugo Guerrero Marthineitz, Blackie (Paloma Efrón) y Cacho Fontana. Ellos le sacaron el cuello duro a la radio, le dieron espontaneidad, impronta, risa, y naturalidad. Aprendí de ellos que a la radio no se va a improvisar sino a decir cosas ciertas. ¡Lo que sabía Carrizo sobre la vida! El tipo más culto que conocí, el número uno. Y Blackie, para su época, también le había quitado el cuello duro a los medios radiales y televisivos. Razonaba, cantaba, reía, algo que estaba prohibido en la época de Antonio, de la misma Blackie y de Hugo. Pero ellos lo hacían. Hacían baches, silencios. Ellos le pusieron palabras al silencio. Sus silencios estaban llenos de palabras. El silencio está hecho para la reflexión. Eso aprendí de ellos. Soy de la generación siguiente a estos maestros. Por eso trabajé sin frazadas, tranquila.

 

-¿Llegaste a trabajar con los cuatro?

-No, solo con Cacho. Lo conocí a los 20 años, después de recibirme de locutora, en una fiesta en Mar del Plata. Fue de casualidad, porque nunca me sumé al clima artístico, a las fiestas. No iba a ningún lado. Estudiaba, trabajaba, criaba hijas y no me cruzaba con nadie. Pero al primero que me crucé fue a Cacho Fontana. Me lo presentaron, me dijo que ya me había escuchado y me llenó de alegría. Después de varios meses me llamó para ofrecerme compartir un programa en el verano de Mar del Plata. Me volví loca de alegría. Fue la única experiencia con él. Aprendí y lo quise mucho. Tenía un humor tremendo, alegría en el trabajo. Recuerdo a sus hijas. Y mi marido, por otro lado, era muy amigo de Antonio Carrizo. Mi marido es santafesino, cuando vino a Buenos Aires le presentaron a Antonio e inmediatamente le pidió que le escribiera cosas. A Carrizo le había gustado eso del muchachito que llegaba con una mano adelante y otra atrás a Buenos Aires. Se hicieron amigos. Así que también lo empecé a tratar. Antonio era superior a todos los niveles.

 

-¿Costaba imponerse en la radio, más siendo mujer?

-Blackie era la que brillaba y el resto éramos locutoras que decíamos la hora y esas cosas. Hasta que aparecieron también Betty Elizalde y Nucha Amengual. Todos gritaban en la radio pero nosotras hablábamos suavemente, cálidamente. Parecíamos tres ratitas. Por eso nos decían las ratoneras de la radio. Eso nos abrió el camino. Salíamos del montón. Aprovechamos lo que ellos enseñaron y pudimos trabajar con eso más lo que traíamos nosotras mismas. Renovadas. La juventud tiene eso, hay que saber aplicarla respetando lo anterior. Después sólo me dediqué a trabajar, entregando lo mejor de mí. Me costó mucho al principio. No llovían los llamados. Pero llegaron.

 

-¿Qué impresión general tenés sobre los medios de comunicación actuales?

-En algunos hay poca creatividad y poca austeridad. Pero hay casos excepcionales, maravillosos. Hay gente muy seria, así como otros que no lo son pero que siempre tienen un lugar. No se puede hacer nada. La lucha está en uno mismo, en crecer, en seguir absorbiendo conocimientos y volcar eso en los medios de comunicación.

 

-¿Tenés muchos discos en tu casa?

-Debo tener cerca de 2 mil. Antes, las grabadoras mandaban los discos, las novedades. Los guardé todos. En mi escritorio, además, tengo las paredes forradas de cds. Trabajo en mi escritorio de lunes a viernes. Los miércoles voy a la 2 x 4, para hacer Rinconcito arrabalero. El resto de los días busco material archivado. Tengo mucho material valioso. A ese material, como te contaba, le agrego mis vivencias. Lo mismo con los diarios viejos, los libros. No me entra un libro más. A veces compro un libro y después los regalo. Sólo guardo los que tocó mi mamá. Mis nietos son muy lectores (Perlé tiene dos dos hijas -Daniela, de 61 años; y Karina, de 53- y cinco nietos: Nicolas, Pedro, Tomás, Julia y Elisa).

 

-¿Qué leés?

-Lo tradicional. De pronto aparecen autores que me interesan. Pero por lo general me gusta leer a Mario Benedetti, Antonio Di Benedetto, Eduardo Galeano. Tengo pasión por Eduardo Galeano. Me gusta recordar a Dalmiro Sáenz, que era mi amigo. Y siempre vuelvo a Roberto Arlt y su arte de inventar y a Macedonio Fernández. También me gustan los clásicos policiales. Y los cuentos de (Jorge Luis) Borges, Horacio Quiroga.

 

-¿Disfrutás de relajarte al escuchar música o de leer un libro?

-Mayormente escucho música mientras trabajo. Pero trabajo tranquila, porque estoy enamorada de lo que hago. Me gustan las voces de los grandes crooners, como Tony Bennett, Frank Sinatra, Dean Martin. Muero por ese estilo de canción y música. Pero también me gustan las grandes orquestas. Me gusta mucho material joven. Como Gustavo Cerati y Charly García. Y la música clásica. Muchísimo. Tanto que tengo una columna dentro del programa de Martín Leopolodo Díaz, que además de ser un periodista genial es pianista. Ahí tengo mis veinte minutos para hablar de ópera, de cantantes líricos y hasta de escritores. No me estanco en un género musical. Al contrario, me nutro de todos los géneros. Igual que con la literatura. Porque hay que leer para abrir la cabeza. Para saber un poco más. Porque la lectura nos permite entrar en vivencias de otras personas. Leo, además, porque me causa un placer indefinible. Y porque lo necesito. Necesito agarrar un libro e, incluso, saber que lo puedo abandonar si no me gusta.