El placer de leer

Alberto Jaspe encontró a sus 84 años una actividad que lo hace feliz: contar historias a las chicas y los chicos de sexto y séptimo grado. “Lo lindo es que además te dan cariño, amor”, dice sobre esta tarea que realiza como parte del grupo Abuelos y Abuelas Lee Cuentos de PAMI.

Hola. Les voy a leer un cuento que se llama El gigante egoísta. El autor es Oscar Wilde, que fue un escritor, poeta y dramaturgo de origen irlandés…”. Así empieza una de sus lecturas Alberto Jaspe. Está sentado ante su computadora; detrás, su biblioteca. Tiene 84 años e integra Abuelos y Abuelas Lee Cuentos, propuesta que PAMI realiza para fortalecer el vínculo entre generaciones.

En cuarentena o presencial, las y los integrantes de este grupo de lectores se las ingenian para que no falten las historias. Alberto empezó a leer en el programa hace siete años, cuando se jubiló. Siempre les leyó a sus nietos (Micaela, Valentina, Bautista, Tomás, Tiago, Clarita, Amadeo, Benjamín) y a su bisnieto León, de 2.

Fue Ana María, su esposa, quien lo contactó con el grupo de lectores de PAMI. Pudo darse el gusto de leerles a las chicas y los chicos de sexto y séptimo grado de la misma escuela a la que, recuerda, asistía en los años 40: la Manuel Láinez, de Belgrano, su barrio natal. No es la única: ha leído para alumnos de otros colegios de la zona. En un momento fueron tantos que por falta de tiempo tuvo que delegar.

Fue emocionante para mí volver a la Escuela Láinez”, dice Alberto a Comunidad PAMI. Esa emoción fue en aumento el día en que la bibliotecaria, Josefina, le contó que los chicos querían entrevistarlo para su clase de periodismo. Aceptó. Ni hablar del asombro que le significó encontrar esa entrevista en YouTube.

En estos tiempos inciertos y de muchas pantallas, Alberto siente que el zoom lo fue desgastando: “No es lo mismo leer en el aula, ante los chicos, que hacerlo a través de las pantallas. Me gusta más mirar a los ojos a los chicos. En sus caras noto la atención que ponen a lo que uno les cuenta. Y está el plus de que pueden hacer preguntas”. Las charlas a veces continúan en los recreos con la supervisión de las maestras.

“Leer a los chicos es como… mirá, cada mañana me levantaba y era como un trabajo pero sin cobrar: me sentía ocupado todo el día. Lo lindo es que además te dan cariño, amor”, explica Alberto.

Sus padres le inculcaron la lectura desde chico. “Al empezar la escuela primaria, ya sabía leer. Sigue siendo un placer para mí”, dice. En su casa hay una biblioteca importante, colmada de libros de historia argentina y de arte. También le atraen las novelas. Y no falta el ejemplar de Juvenilia, el libro de Miguel Cané que tanto lo marcó, ni el de Amalia, de José Mármol, “el primer gran novelista nuevo”. Por estas horas sus lecturas de cabecera son La casa de los espíritus, de Isabel Allende, regalo de su nuera; y Sueltos de lengua, de Alicia María Zorrilla. Si por él fuera, compraría más libros, pero “están caros”, reconoce.

Alberto trabajó en una empresa en la que llegó a ser gerente comercial. Renunció por la enfermedad de su esposa, enviudó y se volvió a casar. Lo llamaron para que vuelva pero no quiso. Consiguió otro trabajo como vendedor de materiales eléctricos. “Trabajé hasta los 80 años”.

A veces, cuando algunos de sus nietos lo visitan desde Córdoba, Villa La Angostura o París, donde viven, se saca el gusto y vuelve a leerles como cuando eran chicos y les enviaba relatos por compact disc. Algunos, hoy ya con 16, 17 años, “los grandecitos”, no participan de esa reconstrucción del pasado. Cuestión de edad. Pero igual están ahí, como para indicarle que la lectura fue y es un buen camino. Siempre es un buen camino.