Estos días de encierro, en que debemos cuidarnos y cumplir con “Yo me quedo en casa”, voy a recordar aquellos bailes de mi pueblo; en las décadas del 50 y 60; bailes donde pude participar y disfrutar de momentos de encuentro; ahí reinaba la diversión de los jóvenes.
No eran tan frecuentes, sólo se realizaban en ocasiones especiales, y el más importante era el del 4 de agosto; Fiesta Patronal de Santo Domingo (Santa Fe). Para este evento nos preparábamos con anticipación. Eso implicaba ir a la tienda “Haidar”, en la esquina de calles San Martín y Sarmiento; allí se podía encontrar gran variedad de telas, colores y texturas…organza, tafeta estampada, piqué y sedas eran las más buscadas; existían distintos modelos para confeccionar tu vestido: campana plato, fruncidos, con cinturas bien marcadas, paisanas o faldas en gajos. Si las telas traslucían se forraban o se usaban enaguas, pollerín al cuerpo por si bailabas vals, porque si las polleras se abrían no se debía ver más arriba de las rodillas.
Los bailes comenzaban a las 20:00 horas y terminaban a la 1:30; a esa hora se cortaba la luz porque la energía era producida por una usina eléctrica. Interesante, quince minutos antes se hacía un pequeño corte que daba tiempo para buscar los abrigos y despedirse.
Las mujeres iban elegantes, con rulos en sus peinados, vestidos con cinturas bien marcadas, maquillaje en polvo en las mejillas y pintados los labios, perfume “Nantes 18”.
Los hombres siempre con traje, camisa blanca y corbata, peinados a la gomina y glostora líquida, siempre con perfume.
Las orquestas eran típicas, características, la primera comenzaba con un tango, la segunda comenzaba con un paso doble. En ambas, el segundo ritmo era el foxtrot… cuando empezaba a sonar la música, los hombres, agrupados en el salón, dirigían la mirada al grupo de señoritas sentadas en otro sector y, mirando a una en especial, con un movimiento de cabeza, la invitaba a bailar; si la joven aceptaba hacía unos pasitos hacia adelante y salían a la pista. Si no le agradaba el muchacho desviaba la vista para evitar la danza. Tres veces repetían el ritmo, luego a sentarse nuevamente.
El joven bailarín acompañaba a la dama hasta el lugar donde se sentaba y le decía unas palabras: “Gracias señorita”, cuando cambiaba el ritmo otra vez la situación se repetía.
Si ya se tenía novio, a partir de las 00:00 se pasaba a un salón adyacente, el “reservado”, y se podía tomar una copa y charlar (la mujer tomaba naranjina, el hombre grapa o coñac).
Espero que mi relato ayude a muchas personas de mi generación a recordar estas épocas; así como los jóvenes a que puedan conocer otra forma diferente de vida; la que tuvimos hace unos cuantos años atrás. Somos una generación que vimos grandes cambios en la sociedad…
Hermes Beutel
Santo Domingo, Santa Fe