“Raphael magnetiza apenas pone un pie en el escenario”

Ana Victoria Ierino, de 84 años, es la principal referente del Club Raphael Argentino, un círculo que realiza donaciones de caridad hace más de medio siglo en nombre del cantante español.

En el año 2010 solicitó ayuda en las oficinas centrales de PAMI porque, carente de recursos económicos o de un sostén familiar, no podía pagar el alquiler de su casa en Lanús.Ierino lidera una nave músical nostálgica y solidaria desde “Residencia Balcarce”, la coqueta institución de nueve pisos ubicada en el barrio de San Telmo donde reside.

“Mi mamá desde el cielo me debe haber ayudado”, rememora Ana con emoción el momento en que la obra social le comunicó que tenía techo, cama y un plato de comida disponible todos los días en “Residencia Balcarce”, una las instituciones de estadía que el Instituto sostiene para auxiliar a las personas afiliadas que necesitan un lugar de residencia.

Ana recibe a Comunidad PAMI en horas de la mañana de un día jueves en la oficina donde trabaja el equipo de atención psicológica. Cuando ingresa a la habitación, antes de presentarse o dar la mano, comenta apresurada y entusiasta que en el interior de las bolsas gruesas de plástico que acarrea transporta “56 años de vida”. En el transcurso del dialogo Ana comentará el contexto, histórico y emotivo, de las fotos que narran en blanco y negro la historia del Club Raphael Argentino, la nave musical que Ana, una mujer de pelo gris delgado y largo, preside con orgullo.

Ana cubre con sus dedos de forma metódica, como si estampita fuera, un enorme pin de metal con la imagen de Raphael que lleva prendido sobre la tela nudosa de su prenda de abrigo multicolor. Ana habla con elegancia y timidez, en todo momento omite palabras que puedan sonar vulgares. A lo largo del reportaje recordará que sus colegas esperan con ansias la publicación de una entrevista que les permitirá difundir el trabajo de un grupo que entiende a Raphael como estandarte de un modo particular de entender la música.

Además de las canciones románticas de su ídolo, Ana entretiene sus horas escuchando música clásica, además se define como una pertinaz lectora. “Cuando llegué a la residencia vi que había muchos libros, eso me gustó”, recuerda, sus ojos bailan tras unas gafas abultadas, de marco blanco muy fino. Sobre su cuello descansa un pesado collar de perlas color marfil.

Las imágenes que Ana muestra a Comunidad PAMI retrotraen encuentros del artista ibérico con mujeres que lo idolatran en un país, Argentina, ubicado a un océano de distancia. Una foto, que a diferencia del resto luce enmarcada, tiene un valor especial para Ana. En el registro Raphael la besa con pudor en la mejilla como gesto de agradecimiento de la labor social, en general donaciones a instituciones públicas, que el Club Raphael Argentino desarrolla con los fondos que recauda gracias al pago de la membresía de las afiliadas. Ana se detiene unos segundos para dar detalles de un retrato coral que la muestra a ella y a las otras socias de pie, una al lado de la otra cubriendo la espaciosa superficie de los primeros peldaños en mármol de una escalera majestuosa de un hotel porteño que alojaba a Raphael en una exitosa gira de los años 60.

Es una jornada de otoño agradable, el sol cubre de forma generosa los nueve pisos de “Residencia Balcarce”, la residencia para personas mayores ubicada a pocas cuadras del corazón turístico del barrio porteño de San Telmo donde residen Ana y más de 50 personas afiliadas. En el lobby de ingreso una residente comenta que, para el momento del almuerzo, solicitó que le sirvan dos raciones de  postre. “Hay almendrado”, comenta pícara la mujer a un hombre de uniforme que toma nota, en un cuaderno alto y de tapas duras, el nombre y apellido de las visitas que ingresan al hogar común.

-¿Cuál es la génesis del Club Raphael Argentino?

-El club se funda en el año 68. En ese momento venía Raphael por primera vez al país. Entonces nos cita su sello discográfico, a mí y a varias amigas, porque nos conocían de otra experiencia, y nos trasladan su preocupación sobre la inexistencia de un club de admiradoras de Raphael en Argentina. Había una chiquilinada enloquecida ante la llegada de Raphael y había que contenerlas, esa era nuestra tarea. Tambíen había que ayudar en la promoción, nosotras, encantadas. En concreto, nos dieron unos posters gigantes para que los pusiéramos a la vista en los negocios más populares de los lugares donde vivíamos.

Cuando llega él, lo recibimos en Ezeiza. El griterío y el despiole qué hicimos, no tiene nombre. Raphael estaba muy sorprendido, nunca imaginó que en un país tan lejano lo iban a recibir con tantos barullos y gritos.

-¿Qué tipos de actividades realizan? ¿Cómo se organizan?

-Al principio hacíamos reuniones semanales. Desde el inicio coincidimos que nos íbamos a movilizar para hacer obras de caridad en su nombre. De otra manera, hubiese sido un club de fans dedicado a perder el tiempo, no queríamos juntarnos solo para ver fotos de nuestro ídolo.

-¿Por qué te causa tanta idolatría Raphael?

-Raphael tiene un ángel especial, magnetiza al público. Es una persona que te llega, tiene una forma de entregarse al público que pocos artistas poseen. Además tiene un caudal de voz muy rico.

-¿Cuál es su tema favorito?

– En el lucimiento de la voz pienso que es la canción “La balada de la trompeta”.

-¿De qué manera sigue activo Raphael Club Argentino con más de medio siglo de vida?

-Bueno, Raphael es atracción de multitudes. Cuando él pone un pie en el escenario, por su sola forma de mover el cuerpo y dirigir la mirada, es capaz de conquistar a todo tipo de público. La finalidad del club sigue pasando por resolver qué hacemos con las donaciones que solemos juntar en su nombre. Hace poco pudimos donar 220 pañuelos de adultos y remedios oncológicos a una iglesia de acá cerca.

Peregrinar por un techo

Ana se define “capitalina”, dice que perteneció “a una juventud sana, a una juventud de su casa”, recuerda que nació a solo veinte cuadras de la residencia donde transcurre hoy sus días y sus noches. Fue parte, recuerda, de una familia tipo, cuatro hermanos, un papá mecánico, y una mamá modista.

Ana comenzó a trabajar a los 15 años. Se lamenta que no pudo terminar los estudios en tiempo y forma porque padecía una incapacidad auditiva que no fue detectada a tiempo. Trabajó en una casa de moldes, también fue babysitter, dice que aprendió el oficio gracias a cuidar a sus hermanos más chicos.

-¿Cómo fue tu llegada a “Residencia Balcarce”?

-Hubo muchas incidencias en el medio. Yo había quedado a cargo del cuidado de mamá cuando murió mi papá porque mis hermanos habían hecho su vida, dos se habían casado, y una hermana inició un retiro espiritual. Teníamos muy pocos ingresos, la jubilación de ella, y lo que yo podía juntar con mis trabajos esporádicos cuando tenía algo de tiempo libre.

Vivíamos en una casita en Lanús, nos mudamos de Capital en búsqueda de un alquiler más económico. Todo se nos hacía cuesta arriba porque mamá estaba muy enferma, y no es como ahora que PAMI te sostiene los remedios, antes había que pagar todo cada vez que se iba a la farmacia. La odisea comenzó cuando murió mi mamá, la dueña de la casa me intimó a resolver mi situación.

-¿Qué hiciste ante esa situación?

-Empecé a cuidar abuelos con “cama adentro”, porque no podía juntar el dinero suficiente para sostener un alquiler. Fue ahí donde escuche que PAMI Central ayudaba a personas que estaban en una situación de insolvencia como la mía para poder pagar un techo. Mi planteo fue muy claro: ‘no tengo dónde estar’.

-Finalmente, ¿qué sucedió?

-Yo tenía pánico de vivir en una pensión, no quería vivir con gente extraña. Cuando fui a las oficinas de PAMI me largué a llorar. Ya no tenía recursos, vivía comiendo “calditos” o una papa caliente, ese era mi menú diario. Después de hacer varios trámites, PAMI me consiguió un lugar en la residencia donde hoy sigo viviendo. En ese momento pensé que mamá, desde allá arriba, no me suelta, me sigue ayudando.