“LA CURIOSIDAD ES LO QUE TE HACE MOVER”
El actor y músico Luis Luque es de esas personas que no pueden parar, incluso en pandemia. Mientras espera que se estrene la serie Diciembre 2001 en una nueva plataforma que lo tiene entre el elenco, pinta botellas, sigue con su banda… porque, como él mismo dice, la vida quieta lo aburre.
En breve se estrena una nueva serie que lo tiene entre su elenco junto a Ludovico Di Santo, Diego Cremonesi, Luis Machín, Jean Pierre Noher, Alejandra Flechner, Cecilia Rossetto, Manuel Callau, Jorge Suárez, Manuel Vicente y Vando Villamil, entre otros. Se llama Diciembre 2001 y está inspirada en los hechos violentos que asomaron con la crisis económica de fines de 2001.
La historia se basa en el libro de Miguel Bonasso El palacio y la calle. Como se podrá ver en la nueva plataforma Star+, de Disney, Luque dice: “Sale por esas cosas nuevas para ver películas. No es la tele común. No entiendo nada de eso”.
¿Cómo llevás estos días de quedarse en casa?
La falta de cosas hace que uno cree. Sigo con mi banda de música. Como Francis, el violero, se fue a Córdoba con su mujer y su hijita, el proyecto creativo se detuvo un poco. Pero seguimos armando temas nuevos y haciendo cosas con una nueva banda, que se llama Y. A la vez, no paro de pensar ni de buscar. Tengo muchos conceptos, cuestionamientos. De ahí viene el nombre de la banda. ¿Y? ¿Por qué no? El no me lastima. Pienso mucho en los no. Trato de superar esos no. Pero tampoco me quedo encerrado.
¿Cuáles son tus salidas habituales?
A las 15 suelo irme a un pub de Álvarez Thomas y Olleros donde armo todo. Se vienen los muchachos. Seguimos hasta la noche. El público va. Es gente que toma un café y se queda y a lo mejor se come una hamburguesa. Me divierto con la gente. Me dedico a improvisar. Siempre hay que buscar cosas alternativas. No puedo parar.
¿Y qué hacés con el tiempo libre en tu casa?
Ahora estoy pintando botellas. Nunca pinté, ahora pinto. A veces sueldo plásticos. Necesito moverme. El cuerpo me habla, me dice “basta”, pero igual hago de todo. Soy un mono geminiano. Curioso. Como un mono volador. Tiene que ver con el espíritu de cada uno. Y como soy muy curioso, me meto hacer lo que se me ocurre. No me da vergüenza mostrar. Es más, necesito hacerlo.
Me aburre la vida quieta. Y me aburre rápido. También me influye que laburo con muchos pibes, con gente joven. Me rodeo de ellos. No me junto con gente que crea que la vida es injusta y esas cosas. Me nutro con todo. La curiosidad es lo que te hace mover.
¿Y qué buscás entre tanto movimiento?
Busco armonía.
…
La cabeza a veces te mete trampas. Hay como una vieja memoria que uno lleva que también lo va provocando, llevando hacia cosas nuevas. Si uno eleva su nivel intelectual pasa a ser invisible. Pero ese nivel parece que cada vez lo usamos menos. Hay problemas de educación. Tienen que ver con lo que pasa históricamente en este mundo. Con Silvia (Kutika, la actriz que es su pareja) vamos creando nuestro espacio para la educación de nuestro hijo. Ese, el de la educación, es un tema que me angustia.
¿Por qué?
Porque a la edad de mi hijo yo también era un capo. Pero ahora hay como una sensación que me hace más miedoso, me pone intranquilo. Puede ser la pandemia más la realidad mundial. Pero ante eso no me quedo. Me mando y chau. Son contrafóbico.
¿De dónde te vienen tantas ganas de crear, de hacer?
Mi juventud transcurrió en los años 70, que eran locos. A los 15 o 16 años servía copas en El gallo cojo, un café concert de Lino Patalano. Ahí estaban los grosos, como Carlos Perciavalle, Antonio Gasalla. Los grandes maestros. Los 70 fueron una aplanadora en lo creativo. Había una gran ebullición y a la vez se sabía muy poco de lo que pasaba. Y después los 80, cuando empiezo a sobrevivir. Vengo de familia muy humilde. A todo esto actuaba y tocaba.
¿Cómo definís esa vida, a la distancia del tiempo?
Con una frase de Miguel Abuelo: “La vida es un libro útil para aquel que puede comprender…”. Hay que aceptar que pasa el tiempo. Pero igual hay que saber que no hay techos ni abismos.