LA ABUELA SOFÍA, UNA HISTORIA LLENA DE MÚSICA

Con su teléfono celular, Andrés Serebrenik registró cada momento con su abuela de 93 años. De esos encuentros, nació una serie hermosa que reflexiona sobre el potencial de las personas mayores, los vínculos y el amor.

El tocadiscos está parado desde que murió el abuelo”, dice melancólica Sofía Raizman a su nieto, Andrés Serebrenik, en una de las continuas visitas a su departamento de Palermo, que quedaron plasmadas en La abuela Sofía, una serie de 11 capítulos cortos.

Es el año 2014 y David Serebrenik, hijo de Sofía, le pide a su hijo Andrés que visite a su abuela. Tiene casi 93 años y no está bien, le dice. A partir de entonces los encuentros se hicieron constantes y cada uno de ellos fue filmado con el teléfono celular de Andrés. Fueron cuatro años que se resumieron la serie que puede verse en el canal web de la Universidad Tres de Febrero.

La abuela Sofía deja en claro cuánto se necesita del amor, a todas las edades. Porque desde que Andrés comenzó a visitarla, su abuela se transformó. Dejó de ser una mujer sentada en un sillón y se convirtió en una mujer que salió a recorrer lugares que la marcaron, visitó canales de televisión, volvió a cantar y a bailar y, sobre todo, a reír.

No es un invento: hay testimonio fílmico. Para su nieto también hubo cambios drásticos: “Hasta entonces solo me dedicaba a trabajar. Era productor en Telefé, hacía teatro y música y no tenía tiempo para ir a visitarla. Cuando empecé con la serie, y con lo compartido con mi abuela, tuve la sensación y ganas de trabajar con otras personas mayores”.

Andrés dejó su trabajo, empezó a tocar el acordeón a la gorra en el subte y se dedicó a visitar a su abuela registrando cada encuentro y cada paseo. En los primeros, con la mirada triste y perdida, Sofía recuerda cuando conoció a Bernardo, su esposo. “Era un santo”, lo define. Y agrega que está hecha un trapo desde que murió. “Pero aparento otra cosa”. Apenas modula un ay, ay ay / canta y no llores…

Después se la ve llegando en andador a una quinta familiar bajo el sol. La reciben vecinos. Se reúnen alrededor de la pileta. “Teniendo vida, a todo se puede llegar. Puedo decir con orgullo que llegué con todo cariño a la primera quinta que compró mi esposo Bernardo”, dice ahora.

A su lado, Andrés canta y toca la guitarra: Queremos que se nos llene la pileta / queremos que se nos llene el corazón. Y agrega: porque esta es la quinta de Don Bernardo. Sofía se suma a cantar y aplaudir.

Poco después es convocada al programa AMIA, el legado, en la Televisión Pública. “Se me van a subir los humos por ser artista”, le advierte al nieto, que la acompaña. Antes de salir al aire, más alegre cada vez, dice que está ante la oportunidad de conseguirle trabajo de cantante a su hermana Yenny. “Les digo que tiene 80 años y listo… porque debe tener como 83… 84”. Cuando se anima a pedir el trabajo le dice a la productora que tiene “75… o 78”. Pura picardía.

Apenas van 3  capítulos de los 11 y Sofía cuenta que ahora le gusta cantar. Ya no piensa solo en su ex marido fallecido. En las escenas siguientes sus enfermeras la ayudan en su regreso al yoga. Coquetea con sus anteojos de sol. Sofía y Andrés son un dúo que funciona a la perfección.

Más que mis palabras, respecto de mi abuela, lo que pasó es que para mí también fue sorprendente y mágico, tanto que tenía la duda de si mi percepción era la misma que la de mi abuela. Me preguntaba cuánto podría cambiar a los 90 y pico de años y cuánto era parte de mi fantasía el verla más contenta, cantar. ¿Lo hará para que me quede contento pero en verdad me odia?, me preguntaba. Pero a la vez era evidente su cambio. Se había corrido de ese sentimiento de que su vida no tenía sentido desde que se fue el esposo. Ser parte de eso con mi abuela fue y es increíble. Porque se pudo correr de ese lugar de duelo y ver las cosas con alegría”, rememora Andrés a Comunidad PAMI.

La relación con Sofía encendió una llama en Andrés. “Me vinculé más con los adultos mayores”, dice. Hace encuentros de música. Expresión y alegría. “No sé si la experiencia con la abuela me cambió la vida. Pero sí me marcó un camino más claro para construir. Descubrí mi interés por vincular lo artístico con lo terapéutico y en los adultos mayores encontré un camino que me interesa”, reflexiona. Al mismo tiempo, empezó una diplomatura en Gerontología “para sumar la pata teórica”.

Yo estaba convencido de que mi abuela había vuelto a conectarse a través de la música, de las visitas. Y mi papá decía que era por la medicación y yo le decía que no. Cuando él vio la recuperación de mi abuela a través de los videos, también mejoró el vínculo entre nosotros. Ese proyecto fue mucho más que una filmación”, dice Andrés. “Porque a la vez me sirvió para bajarme del caballo. Hasta entonces hacía un montón de cosas, quería tener un montón de cosas. Tenía mucho ego y deseo, mandatos familiares, exigencias. Este trabajo me permitió, no resolverlo, pero sí empezar a hacer el ejercicio de parar, de correrme. De estar más presente conmigo”.

Además de familiares que lo ayudaron, Andrés dice que le debe también al especialista en gerontología Ricardo Iacub, subgerente de Desarrollo y Cuidado Psicosocial de PAMI, por el asesoramiento: “Me dijo que era interesante lo que hacía porque me corrí y dejé que la protagonista fuese mi abuela”. De Iacub aprendió que a las personas mayores se les suelen quitar determinados derechos. “No sé si las personas mayores están menospreciadas. Muchas veces encuentro que hay diferentes enfoques y abordajes en el trabajo con los adultos mayores. Me siento más representado con el abordaje que tiene que ver con lo humano, con los estímulos, con lo lúdico, con lo emocional, y no tanto con lo que a veces siento que es más rígido o esquemático, que tiene que ver con lo médico, con la fórmula. Que está bueno, pero me parece que a veces queda relegada la persona. Hay que escuchar más a la persona. Escuchando se puede ayudar más particularmente”.

Andrés canta, sobre el final de la serie, más me cuesta ser de verdad / hago cosas para dejar de estar / no te vayas / ya te podés quedar. “A los pocos días me llamaron para avisarme que la habían internado. La acompañamos  todos los días. Fueron varios meses. Compartí música con otras personas mayores internados. Hasta que un día, cuando mi abuela quiso, se fue”, recuerda Andrés.

Sofía Raizman falleció el 28 de agosto de 2017. En una de las escenas finales se lo ve a Andrés entrar al departamento de su abuela junto con un hombre que arregla tocadiscos de los viejos. “Después de 38 años -dice la voz en off del nieto- la casa de la abuela Sofía se llenó de música”.