“EL HUMOR ME HA SALVADO SIEMPRE”

Marcelo Rudaeff, conocido como Rudy, es uno de los mejores dibujantes del país y una de las figuras del diario Página 12. A los 64 años, dice que el humor es una efectiva herramienta para llevar adelante cualquier situación, incluída la pandemia.

Hasta los teléfonos celulares vienen hechos de manera tal que a la generación de mi hijo le parezca una pavada usarlos. Pero a mí no: me resultan chinos. Hay algo en lo que siento que se le habla solo a los jóvenes. Pero también los que no somos tan jóvenes necesitamos de esas cosas”. Quien habla es Marcelo Rudaeff, más conocido como Rudy. Humorista de Página 12 desde los inicios del diario, en 1987. Hace 15 empezó con shows de stand up, aunque prefiere decir “monólogos” porque así se dice en castellano. Durante la pandemia por COVID-19 le dio pelea (y nos acompañó) a través del humor con videos en complicidad con Alejandro Sáenz (que no es el músico español sino otro humorista, argentino). Esta propuesta se llama RS Positivo, puede verse en plataformas digitales y sus seguidores pueden colaborar a la vieja usanza. O a la gorra.

Rudy habla con Comunidad PAMI desde su casa del barrio de Caballito. Ahí es también donde graba los videos que se acoplarán a los de Sáenz y las y los invitados para armar RS Positivo. Desde su casa también escribe para el diario, donde comparte cartelera con otros dos grandes: Daniel Paz y Miguel Rep. La cuarentena lo afectó mucho más en lo social. Ya no sale a tomar cafés con los amigos, como era su costumbre, y extraña los abrazos.

¿Cuál es tu público en el stand up?

Suponía que iba a ser gente de 20 o 30 años y me llevé una sorpresa al ver que también había gente más grande. Incluso, me agradecen que el show no fuese solo para los pibes. Yo no formo parte del público juvenil porque tengo 64 años, aunque me siento joven, lo que quieras, pero la trayectoria, el recorrido, la gente que conocí, tienen que ver con quien uno es.

¿Cambiás la forma de comunicarte según el público?

Nosotros en los shows hablamos como hablamos siempre. Entonces tenemos comunicación con gente de una edad más cercana a la nuestra. Gente que vive sorprendida con la tecnología. Los más jóvenes no se sorprenden porque nacieron con ella. Comparar el ahora con el antes forma parte de lo que ponemos en nuestras canciones o monólogos. A veces digo que somos nativos del siglo XX pero que tenemos pasaporte de turistas del siglo XXI. Están buenas todas las edades, más allá de que en cada una haya otros códigos de humor.

¿De qué manera te acoplás a los cambios comunicacionales?

Mi hijo tiene 34 años, pero a sus 18 o 20, comparado conmigo, comunicarse con alguien era distinto. A mis 18, pocos teníamos teléfono. Lo otro, internet y esas cosas, no existía. Para encontrarte con alguien arreglabas tres días antes; ahora te mandan un mail para decirte que te van a mandar un mensaje para mandarte un número de teléfono. El ritmo cambia, entonces ese ritmo te sorprende. ¿Y cómo me adapto? Como puedo. Pido ayuda, consulto. A veces me equivoco, otras me da miedo. Me da miedo tocar un botón y que se pierda todo. O tocar algo en el teléfono y que cambie cierta canción o que directamente no suene cuando me llamen, y yo necesito que suene el teléfono cuando me llaman. Mi hijo me dice “fijate si está activado esto o aquello”. Sin él no me enteraría de esas cosas. De todas maneras, no me queda otro remedio.

¿Usás teléfono celular de los más modernos?

Hasta hace 5 o 6 años tuve un celular de esos Nokia, los indestructibles, que me encantaba, porque se caía y seguía andando. La batería se cargaba una vez por semana. Tenía señal en todos lados. Pero ahora está el WhatsApp que usan mis amigos para arreglar todo y tuve que adaptarme y conseguir un celular como el que tienen todos. Yo era más feliz con los mensajes de texto y los llamados. De todos modos, entiendo que los teléfonos más modernos tienen sus ventajas. Permiten cierta inmediatez. En la pandemia tuve que ponerme a filmar y el celular me permitió mandar lo que filmo en 5 minutos. Eso ayuda. El problema es que uno se transforme en un esclavo de esas herramientas, que le importe tener más o menos likes. Y no sos peor o mejor persona por tener más o menos like. Como la serie Black Mirror. Una tragedia.

¿Se puede calificar al humor de estos tiempos?

Hubo cambios. El humor como se hacía antes de la pandemia no se puede hacer. Todo cambió, incluso la forma de trabajar. Hoy abrís una pantalla y te enterás de todo y antes dependías de los diarios de papel. Todo cambió. Cuando empezamos en Página 12, el diario se hacía en la redacción. Hoy, no. Antes te tomabas un descanso y te ibas a un bar. Eso ya no pasa. Y el humor, claro, también cambió. Es inevitable mencionar la pandemia.

¿Y el humor social?

La calle la ganó el Covid. Tal vez se nota más a la mala gente y más a la buena gente. Se notan las contradicciones. Antes había cosas normales, como ir a la cancha o al cine y eso hoy es lo anormal. Si te quedabas encerrado en tu casa eras fóbico y ahora si te quedás encerrado sos cauto para no enfermarte. Cambian las temáticas pero los deseos humanos siguen siendo los mismos.

«El humor ayuda para salir. Me ayuda también el tener o haber tenido un buen análisis. Tengo muchos años de diván. No ahora, porque había terminado antes de la pandemia. Eso me permite, al menos a mí, elaborar de otra manera algunas cosas. Además del humor, también está el cariño, el amor de la gente cercana, que uno sabe que está más allá de que la veas o no. Eso me permite llevarla bien. Estar acostumbrado al humor fue una herramienta, también. El humor me ha salvado siempre». cuenta Rudy.

¿Viene de familia, el humor?

Vengo de una familia tragicómica. Porque en todas las familias hay alguna tragedia y en la mía también. Todas las personas con las que me relacioné tienen sentido del humor. Diferente, pero todos con sentido del humor. Entonces, cuando ocurrían las tragedias, siempre había una forma reflexiva del humor para sobrellevarlas.

Hay un viejo chiste que habla de un judío polaco muy pobre al que lo deja la mujer, los hijos no lo quieren ver, está en la miseria económica y le recomiendan ver a un rabino. Desesperado, llega hasta el rabino después de hacer un esfuerzo tremendo y cuando le cuenta su situación el rabino le dice “ya va a pasar”. Efectivamente, pasa. Las cosas mejoran. La mujer vuelve con él, los hijos le dan bolilla, recupera el laburo, está feliz. Al año siguiente le va a gradecer al rabino. Le cuenta cómo le fue y el rabino lo mira y le dice: “ya va a pasar”. Este tipo de chiste me lo podría haber contado mi abuelo. Quizás me lo contó. No lo sé porque me contó muchos. Nadie es humorista en la familia, pero vengo de una familia en la que el humor era algo más. Mi familia es agridulce.

¿Qué se esconde detrás del humor o del chiste?

Depende del tipo de humor que sea. Creo que detrás del humor, al menos del que me gusta, hay como un pequeño intento, a veces fallido, a veces ingenuo, de reivindicación. Pero en el sentido amplio. Creo que cuando alguien cuenta un chiste en un velorio está tratando de decirle al otro “mirá que estamos vivos; estamos despidiendo a alguien pero estamos vivos”. Para mí el humor es una conexión con lo vital. Por ahí el humor negro me hace reír… Tal vez hay quien se ríe de la muerte. Pienso en Woody Allen, que dice algo así como “yo no sé nada de la muerte pero sé que cuando me muera no quiero estar ahí”. No me gusta el humor agresivo, sino ese humor que te contacta con lo vital.

En tus textos hacés referencias a tu psicoanálisis. ¿Influyó en tu forma de hacer humor?

Influyó mucho en mi forma de hacer humor. El psicoanálisis no es una forma de vivir pero es algo que actúa en tu forma de ver al mundo. Porque en el psicoanálisis uno habla de las cosas que más le duelen. Y al hablar te das cuenta de que uno es una hormiguita. Que somos hormiguitas. Que mucha gente vive con una falsa corona en la cabeza que lo único que le da es peso. No somos reyes de nada. En el psicoanálisis uno renuncia a esa corona. Las personas son como chistes con patas: vistas desde afuera son absurdas pero cada uno encuentra la manera de justificarse. El psicoanálisis me enseñó a no justificarme tanto. Soy el que soy, pero somos absurdos.  Y cuando te ves como absurdo, también ves a gran parte del mundo como absurdo. Ahí empiezan a aparecer los chistes.