TRAS LOS PASOS DE UNA MADRE TANGUERA
Viviana Figueras tiene 79 años y vive rodeada de la naturaleza en una isla del Delta del Tigre. La tecnología le permite atenderse por PAMI. El tiempo libre lo aprovecha para escribir cuentos y poemas. Tal vez ese placer sea herencia de una madre que se animó a armar una orquesta de señoritas en tiempos en que eso era casi un pecado.
“Con mi mamá éramos muy confidentes. Ella fue una transgresora. Entre los años 20 y 30 armó una orquesta de señoritas. ¿Sabés lo que era en esos tiempos tener una orquesta de señoritas? Se llamaba Carmen Sordetti, pero se decía Sardetti para que no la burlen. Habrá habido algún sordo en el pasado. ¿Vos sabés lo que es tener una orquesta y que tu apellido sea Sordetti?”, se sonríe Viviana Figueras al recordar a esta mujer que se animó a cambiar en tiempos difíciles para las rebeldías.
Viviana tiene 79 años y una memoria prodigiosa con la que cuenta el pasado y escribe el presente en cuentos y poemas que hablan de otros cambios. De chicas que, juntas, salen a las calles a reclamar. Chicas que juegan a la pelota y hacen goles y nos regalan alguna jugadita de esas que alegran a los futboleros. No deja de respirar peronismo, una herencia familiar que defiende a fuerza de recuerdos de los buenos y de los otros, como cuando, dice, a su padre lo persiguieron tras el derrocamiento de Perón y se quedó sin trabajo.
Ya tenía tres hijos (Patricio, Carlos y Pablo) cuando hace veinte años enviudó y se fue a vivir a una isla del Tigre. Paz, río, verde, naturaleza, perros. “La cuarentena al final no la sufrí en medio de este ambiente”, señala antes de hacer referencia en lo fundamental que fue la distancia social. “Vivo en un lugar amplio. privilegiado. Recluida totalmente”.
Estos fueron meses de aprendizajes, como los de las nuevas tecnologías. Su nuera le enseñó a utilizar las herramientas de PAMI y así pudo hacer los trámites sin moverse de su casa. “Los medicamentos gratis, la receta electrónica… todo eso lo tramité desde acá. Después va uno de mis hijos a la farmacia y los retira”, dice.
MAMÁ
A Viviana le gusta hablar de su madre. Muestra fotos sepia de una mujer hermosa y joven. Sus padres ya han bajado del barco que los trajo de Nápoles, Italia, en busca de un futuro mejor.
“Mamá vivía con su familia en un conventillo de San Cristóbal. Era la menor de seis o siete hermanos. Mi abuela lavaba para afuera. Una de las hermanas de mamá se puso de novia con un músico del Teatro Colón que le regaló el violín. Mamá tenía apenas seis años. Aprendió a tocar el violín escuchando a algún vecino. A los 14 ya tocaba en las salas de cine mudo y a los 18 armó la orquesta”, recuerda.
Tras la muerte del padre, Carmen se lanzó tras el sueño del arte musical. Después se casó y se dedicó a atender y cuidar la casa, algo común en aquellos años. Dejó de tocar en el Café Tortoni, en Los 36 billares. “Como era la hija más chica y la más modernosa, mamá me fue contando muchas cosas que le pasaban”. Confesiones de madre e hija.
“Tuve la suerte de ser muy confidente con mi mamá. Hasta cosas de amores que no sabía nadie, me contó. Eso era lindísimo. Hasta los 90 vivió lúcida. “Se mantenía como una piba”.
Lo que Viviana no heredó de su madre fue el tango, hasta que con los años empezó a gustarle. Ahora se la pasa escuchando tangos, ama a Carlos Gardel y también al rock.
A las 6 de la mañana se levanta, camina sobre la naturaleza y se toma unos mates. La acompaña su perro. Duerme siesta, toma más mate. Escucha la radio para informarse. Y se alegra cada vez que escucha que las chicas salen a las calles a reclamar sus derechos, sus libertades. “Cómo cambiaron los tiempos. Me parece que la juventud está dando el cambio. Hace mucho que tendría que haber salido la ley de interrupción voluntaria del embarazo. No poder separar la Iglesia del Estado llevó a que esto se acreciente”, reflexiona.
Y sobre todo escribe. A veces poemas:
Dos veces Laura
Laura era alta
con una rara belleza
y sus botas de cuero
sufría
el sur
la prostitución
los hijos pequeños
la bebida.
Laura es gorda
terriblemente gorda
pasaron los años
en el intento
de dejar de tomar.
Del encuentro
con mi hijo
en el infierno del loquero
quiso saber
si yo estaba enojada con ella.
Nos había visto
deambular por los pasillos
sin animarse
a hablar.
¿Por qué habría de estarlo?
Solo recuerdo su hermosura
sus hijos
su loro
y las valijas
aquella vez, cuando me pidió abrigo
y escapó.
Y a veces, cuentos. Como Basurales:
“Escribo porque escribir es una parte de mi vida que descubrí en la isla. Esta parte del Tigre me permite escribir poemas. Engordé un poquito. Mis hijos me llevan bastante el apunte, lo que me hace feliz. Soy una afortunada porque mis hijos tienen mucho afecto para darme. Y tengo nietos. Qué más puedo pedir”*.
*El cuento completo puede leerse en el siguiente link: Basurales