45 AÑOS DE AMOR IGUALITARIO

“No se trata de quitar derechos sino de que todos vivan mejor”, reivindica el representante Alejandro Vannelli, quien junto al actor Ernesto Larresse celebró uno de los primeros matrimonios homosexuales en la Argentina. Historia de una conquista en el Día Internacional del Orgullo LGTBIQ+.

A pocos días del Día Internacional del Orgullo LGBTQ, una charla sobre la libertad. Vamos al 28 de junio de 1969, en el barrio Greenwich Village, Nueva York, Estados Unidos. Otro mundo, otra forma de vivir. La policía entra a un bar y reprime a homosexuales por el hecho de ser homosexuales. No era la primera vez. Pero sí, por primera vez, las víctimas se rebelan. Hartos de ser oprimidos, salen a las calles a protestar. Hay marchas y hay incidentes. Las escenas se repiten en distintos estados durante tres noches. Desde entonces, cada 28 de junio el mundo conmemora ese quiebre. Marchas del orgullo gay.

Hay más fechas icónicas. Pero vengamos más acá en el tiempo y a la Argentina. Estamos en 2007 y Alejandro Vannelli -conocido representante de artistas- y Ernesto Larresse -actor- van a casarse al Registro Civil de Coronel Díaz y Arenales, en Palermo. Hace más de 30 años que son pareja. El juez les dice que no puede, que la Ley impide el casamiento entre dos personas del mismo sexo. Uno de los testigos le pide que los case igual, que se convierta en héroe, que pase a la historia. Pero no hay caso. El intento, al menos, sirve para sentar un precedente judicial.

En la madrugada del 15 de julio de 2010, se aprobó en el Senado la Ley de matrimonio igualitario, que una semana después promulgó la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. El 30 del mismo mes, Vannelli y Larresse son los primeros homosexuales en casarse. Los medios de comunicación dan la noticia. Algunos como si fuese un show. Pero lo importante no está ahí sino en su significado. La tendencia se repite en todo el país. Solo Vannelli y Larresse tienen las cámaras. Otros lo hacen en silencio.

Once años después, conviven en su departamento de Palermo. Para conmemorar este avance social, Comunidad PAMI dialogó con Vannelli a través de cámara web.

“Cada uno tiene su historia, porque todos vivimos estas cosas de manera distinta. Con Ernesto hace 45 años que somos familia. Después de 45 años hemos pasado por miles de vicisitudes”, arranca la charla Alejandro.

45 años es muchísimo.

Así es. Los celebramos con ensaladas. Palmito, palta, tomate, lechuga, aceitunas negras, cilantro… ¿qué más…? ¡Ah! ¡Nueces y almendras! Nos gusta hacernos nuestras comidas. Tenemos pendientes hacernos un sushi, pero ya lo haremos. No hay nada más lindo que sentarse a una buena mesa a compartir. Un buen vaso de vino. Y, en mi caso, mi viaje de ida es el agua con gas. Soda. Mi vicio. Dios está en los detalles. Y las comidas son eso. Lo mismo que cuando vas a una fiesta y a veces estás cómodo y no sabés por qué. Puede ser que un sahumerio o una luz generen un clima hermoso. Una buena música. Cosas que hacen que uno se sienta como en su casa en una fiesta. Pasa igual con la comida. La diferencia es el detalle.

¿Cómo viviste este año y pico de cuarentena?

En lo personal, bien. Tenemos una casa cómoda, así que con Ernesto llevamos muy bien la convivencia. Nunca nos había pasado de estar obligados durante tanto tiempo a estar juntos 24 horas. Pero entiendo que hay un encierro interno y otro externo. Mucha gente no entiende nada: cree que la libertad es hacer lo que tiene ganas. Pero la libertad es para todos, y eso significa cumplir con las pautas que se necesitan para vivir en sociedad. No hablo de temas partidarios sino políticos. No puede ser que en pandemia se ataque todo el tiempo a las cosas que ayudan. Eso es no pensar en el otro.

 Claramente, peleando por tus derechos, fuiste una de las personas que peleó por los derechos de los otros.

Si de algo me puedo jactar, es de que siempre me mostré tal cual soy. Eso me ha generado respeto. Me siento feliz de este país, de no hablar mal, de ayudar a que sea mejor. Poner el cuerpo, como decimos con Ernesto. Eso hicimos en materia de derechos humanos: ayudamos a que todos seamos un cachito más felices. Siempre trabajaré por eso. Como trabajé por la interrupción voluntaria del embarazo o para la liberación del consumo de la marihuana. Cosas que tienen que ver con la libertad. Sobre todo con cosas que no le hacen daño a los demás. Somos tan ciudadanos como cualquiera.

Lucha constante.

Así fue cómo se consiguieron tantas cosas. El país es ejemplo a nivel mundial. Logramos leyes que mejoran a la sociedad. A nadie se le quita nada sino que se le otorga.

¿Cómo surgió entre vos y Ernesto la idea de pelear por el matrimonio igualitario?

Fue muy casual. A veces uno camina de la mano de alguien pero nunca sabés qué puede pasar con un modo de vida con el correr de los años. Íbamos a cumplir 31 años y pico como pareja, un  13 de junio. Pedimos fecha para iniciar presentaciones a la Justicia y que el tema llegue a la Corte Suprema. Era un modo de conseguirlo si no salía por el Congreso. Tuvimos una charla con Ernesto y nos dimos 24 horas para decidirlo. Yo, entre hacer y no hacer, siempre prefiero hacer. Siempre se lo digo a mis nietos: si me equivoco no me queda la duda de qué hubiese pasado si lo hacía. Y eso que no era partidario del matrimonio. Así que el 13 de junio fuimos al Registro Civil con escribana, testigos, periodistas y familiares. Nos dijeron que no. ¡Por suerte! Porque si nos decían que sí no teníamos nada preparado. Lo que buscábamos era generar una movida política para que salga una ley. Para eso el tema tiene que estar en la gente, si no a los diputados y senadores no les interesa tratarlos.

En su momento fueron agraviados por vivir como querían.

Nunca ocultamos nuestra relación. Desde ahí trabajamos y militamos. Los comentarios y las cosas que decían eran… no había que contestar ni alterarse. Una cosa puede tardar, pero se consigue. Cuando se plantea algo, en algún momento eso se va a consolidar. El tema es que había gente que quería decidir sobre la vida de los otros. Nosotros llevábamos 34 años de pareja pero ya había muchas parejas participando en la sociedad, aunque de manera oculta. Como pasó en su momento con el divorcio: muchos divorciados de hecho pero no por ley. Otros pensaban que si estaba la ley todos se iban a convertir en homosexuales; con el divorcio, todos se iban a divorciar; con el aborto, todas iban a abortar. Pero lo que se busca es proteger. Incluso cuando a Ernesto le preguntaban si se casaba por amor, él decía que no. Que por amor ya estaba unido. Que si se casaba era por un tema económico. Sabemos de miles de personas que al morir su pareja se quedaron sin nada. El matrimonio igualitario puso el tema de la sexualidad en las mesas familiares. Cosas que por la moral no se podían hablar. Entonces hoy se habla de la sexualidad como algo natural, que es lo que es. Con el tema de la sexualidad siempre te quieren dominar.

Solés hablar de la importancia de la libertad. ¿Por qué?

Mi máxima -le dije a Ernesto- es que nunca le iba a pedir el bien más preciado, que es la libertad. Si estás con alguien que amás, no le podés coartar la libertad. Eso era lo que no me gustaba del matrimonio como institución. No quiero ser media naranja de nadie; quiero ser naranja entera. Quiero ser un ser libre.

La libertad es, además, una lucha constante.

Osvaldo Bazán cuenta en uno de sus libros que una persona negra cuando tiene un problema en la calle va a la casa y los padres lo protegen. Lo mismo con los judíos. Pero el homosexual cuando tiene un problema no puede contarlo en su casa. Así te quitan la adolescencia, esa época de ilusión con el amor soñado. Yo nunca elegí ser gay ni bisexual. Uno no elige. Es algo que pasa. Con la madre de mi hija tuve relaciones maravillosas, lo mismo que con otras mujeres. Pero no me enamoro de un sexo sino de una persona.

Prestás atención a lo que sentís.

En mi cabeza está prohibido prohibir. Me guío por lo que siento. Nunca fuimos con una pancarta informando que éramos gays.

¿Cuesta ser honesto con la familia?

Lo que los chicos ven en la casa es lo importante. Mis nietos preguntaban por qué si nos queríamos tanto no nos casábamos. Mi nieta le decía a mi hija que Ernesto era afortunado porque tenía al “bolito”, que era yo, el abuelito. Los chicos no tienen pruritos. Los pruritos los tienen los padres. Hay una obligación de ser hombre, trabajar y no llorar. Hay que liberarse de esa carga que nos impulsan desde chicos. A los varones el autito y el color celeste y a las chicas las muñecas y el color rosa.

¿Qué recordás, aparte del matrimonio, del momento en que salió la Ley?

Una vez se me acercó un señor un poco más grande que me quería decir algo. Me preguntó cómo nos animábamos a hacer notas juntos. Le dije que no se puede ser feliz si uno no es sincero consigo mismo. Ese señor vivía con las hermanas y no se animaba a contarles de su homosexualidad. Cuando se animó, ellas le dijeron que ya lo sabían, pero que nunca se animaron a hablarlo porque él no lo hacía.

¿Te costó hablar del tema en tu casa?

Nunca tuve ese problema porque todos lo sabían. Cuando el papá de Ernesto cumplió 90 años hizo una fiesta. En un momento nos presentaron a un primo, bastante mayor: “Alejandro es un amigo de Ernesto. Bueno, es más que un amigo. Como un hermano. Más que un hermano. ¡Es Alejandro!”. No sabían cómo explicarlo y lo explicó como pudo. Yo quiero que me quieran como soy. No es grato ni cómodo mentir todo el tiempo. No es un castigo querer a otro hombre. Es lo que uno es. Vivir y dejar vivir.

Otra vez la libertad.

Te digo algo más: los hijos también deben dejar ser libres a los padres. Es uno quien tiene que pelear para que la vida sea lo más jugosa posible. Estudié Derecho hasta 3er año. Me gustaban el teatro, el cine, la televisión, la radio. Parte de mi familia decía que perdía el tiempo. Pero eso me dio la posibilidad de ser representante de actores, hacer shows. Me permitió vivir y ser feliz con lo que me gustaba. Por eso hay que dejar a los niños que hagan lo que quieren, lo que sienten.