Por Ricardo Iacub
Psicólogo especialista en la Tercera Edad
Subgerente de Desarrollo y Cuidado Psicosocial
¿Qué pensaría usted si escuchara publicidades que hablen de cremas para no parecer indígena, cirugías para ocultar ser semita o tratamientos para no ser afeminado? Sin duda, diría que son discriminatorias, más aún, ofensivas. Sin embargo, día a día, nos enfrentamos con mensajes que nos ofrecen productos “antienvejecimiento” o “antiedad”.
¿Por qué no nos parece incorrecto? ¿Qué curioso proceso de naturalización hubo con relación a este tema que no parece alterar a sociedades cada día más sensibles con respecto a la diversidad?
Envejecer e incrementar la edad son condiciones necesarias que marcan el efecto del paso del tiempo en los objetos o las personas, y que sólo se detienen por la disolución o el fallecimiento. Lecturas reduccionistas del envejecimiento lo confundieron con un proceso patológico, aunque esta visión hoy no goza de consenso científico. Podrían modificarse ciertas características físicas adjudicables al paso del tiempo, pero ¿por ello se cambiaría de grupo etario o se detendría la edad? El antienvejecimiento es altamente inespecífico, ya que los cambios no tienen una temporalidad precisa, por lo que se apunta más al prejuicio y a los temores que genera. Lo más grave es que lleva a que todo futuro se vuelva amenazante.
Suponer que podemos vender la negación de una condición propia del ser humano resulta más que cuestionable. Más aún cuando esa condición remite a uno de los objetivos más preciados, la longevidad.
¿Qué incidencia tienen estos mensajes en las formas de envejecer como sociedad y especialmente en los adultos mayores? ¿No son estos discursos difusores de una ideología prejuiciosa hacia la vejez y de menosprecio a las personas de edad? ¿Cómo valorar cuando una sociedad dice que deberíamos no envejecer, es decir, no seguir siendo? Es indiscutible realizar todos los esfuerzos por curar algunas patologías que se producen con mayor frecuencia en el envejecimiento, pero lo erradicable serían las patologías, no el envejecer. Lo verdaderamente cuestionable es el estigma de todo aquello que tenga que ver con la vejez: ocultar las canas, las arrugas, la edad, el erotismo. Esto nos lleva a pensar que la noción de antienvejecimiento implica decir repetidamente que ser viejo es una condición humana no deseable, temible, fea, etc.
Así resulta inapelable señalar lo discriminatorio de estar “contra el envejecimiento y la vejez”. Detrás de ese “anti” hay un sujeto que envejece, incluso nosotros mismos, al que le decimos brutalmente una serie de calificativos que lesionan su integridad personal y grupal.
Por ello en este día 15 de junio, donde debemos tomar consciencia del abuso y maltrato en la vejez, no debemos dejar de tener en cuenta de qué manera lesionamos, día a día, a la persona mayor.