«SI NO NOS AYUDAMOS ENTRE TODOS, NO HAY SALIDA»

Después de meses sin actividad teatral, la actriz María Rosa Fugazot volvió a un escenario. Siente alivio por eso, pero no duda de que hay que seguir cuidándose. A sus 78 años, le dice a Comunidad PAMI que el trabajo la hace sentir viva y que actuar es como una “bocanada de aire”.

En Corrientes y Rodríguez Peña, en pleno centro porteño, hay un cartel enorme que promociona la obra teatral La chica del sombrero rosa. Sentada delante de sus compañeros, vestida de rojo, está María Rosa Fugazot. Sobre un sillón blanco, se impone ante los automovilistas y transeúntes que van por la avenida hacia el sur. Parece que les sonriera. Como diciendo “estamos de vuelta, seguimos. A pesar de la pandemia, del Covid y de todo lo que le viene pasando al mundo, acá estamos”. A su alrededor, el resto del elenco: Adriana Salgueiro, Kitty Locane, Zulma Faiad, Matias Santoianni y Alberto Martin.

 En estos días que el frío cala hondo, Comunidad Pami charla con Fugazot sobre la actuación, los nietos y el complejo mundo en el que nos tocó movernos, mientras cuida a Franco de 8 meses y a Sofía de 3 años, “la que no para”, como la define con su amor de abuela. El padre de los chicos, René Bertrand, es el fruto de su relación con el también actor César Bertrand. A René lo ve más o menos seguido por los nietos y por la cercanía barrial. Viven en la Ciudad de Buenos Aires. Su otro hijo, Javier Caumont, está en Merlo y, por distancia, no puede verlo tan seguido.

Hace unas semanas que Fugazot trabaja, además, en el ciclo de radioteatro en homenaje a Alberto Migré, que se emite de lunes a viernes a la medianoche por Radio Del Plata. Su participación será en la obra Un color azul miedo, con Nora Cárpena y Thelma Biral, también referentes de la actuación argentina. Se lo podrá escuchar desde julio.

“Se graba a la distancia, por protocolo. Hay muchos cuidados. Generalmente son 20 capítulos al mes que se graban los lunes o martes. Es una forma de reencontrar amigos, compañeros, de sentirse viva, que no es poco en estos momentos. Actuar es como una bocanada de aire”, cuenta Fugazot para dar señales de que este movimiento laboral le permite, al menos de momento, sobrellevar la incertidumbre que se atraviesa por la cuarentena de Covid 19. 

Más allá de la actuación, también se mueve para ir al teatro y para cuidar a sus nietos, que viven en el barrio de Palermo. A los 78 años, cuenta, estas son las cosas que la ayudan a vivir.

¿Cómo estás con lo que se vive?

Estoy bien, pero ¿sabés qué pasa? Tengo 78 años, viví toda la vida del trabajo, soy independiente… y esta cosa de sentirse atada, presa, de no saber qué va a pasar. Cada 15 días me testeo en el (Teatro) Colón, que queda cerca de casa. Voy caminando. Tengo como 27 negativos ya. Pero igual está ese malestar de no poder salir. Todo es un lío, más allá de la angustia permanente de cuidarse, de los protocolos. 

¿Cómo te sentís con volver a actuar?

Menos mal. Al menos sé que hago algo. Tengo los mismos inconvenientes que tenemos el 99.9 por ciento. Vivo de la jubilación. Veremos qué pasa con el trabajo. De a poco la gente se va animando a ir al teatro, porque nadie sabe dónde está parado. Por supuesto que este regreso me pone contenta, porque es una manera de ganarme la vida, como hice siempre. Y segundo, porque pese a no tener entradas económicas, no dejé de pagar nada.

¿Con qué te encontraste al salir a la calle?

Con que están todos locos. La gente se grita por cualquier estupidez. Así que hay que esquivar esas cosas. Hay que repensar un montón, entender que si no empujamos todos para el mismo lado nos vamos al demonio.

¿De qué forma te mantuviste en contacto con los afectos o colegas?

Por teléfono. El celular fue una gran ayuda, porque los primeros seis meses los pasé sin ver a nadie, sola en mi casa. Iba al supermercado, que tengo al lado, y a la farmacia. Fueron seis meses muy duros. Nos mandamos muchos mensajes. Creo que frente a este no saber qué pasa con el bicho solo queda cuidarse. El otro día mi nieta me dijo que el bicho la tiene podrida. Me hizo reír. Es la única que logra que me ría.  

¿Cómo ocupás tus horas? 

Tengo un amigo que cada mes o cada veinte días me ve un rato y se va. Otro a veces viene a tomar un café. Leo, veo televisión. El tema es que cuando una no está bien cuesta concentrarse. Noticieros, veo poco, porque si no termino más loca de lo que estoy: una se da cuenta de que ellos, los periodistas, también están a los manotazos, que no tienen ni idea de lo que pasa. Creo que esto tiene que ver con el enojo de Dios.   

¿Por?

¡Porque está enojado! Hace años que lo digo y nadie me escucha. El mundo es un caos, no se ve la punta del ovillo. Nadie sabe para dónde correr, se pelean todos contra todos. Si no entendemos que hay que dejar las ambiciones para pensar en salir todos juntos, no vamos a salir. A esta altura la gente debería pensar que no hay salvación si no es entre todos. Si no nos agarramos de la mano, si no nos ayudamos, no hay salida. Incluso lo veo en mi rubro, donde todos se matan por quién va primero en el cartel. ¡Qué carajo importa eso! !Qué cosa tan extraordinaria puede ser el protagonismo! No es momento de pensar en un puesto. Me angustia que el ser humano no entienda lo que significa ayudarse. 

¿Cómo estás de salud, Rosa?

Bien. Por suerte estoy fuerte. Todos los días le agradezco a Jesús que estoy sana. Tomo la medicación lógica de mi edad. Artrosis, la presión. Me hice un chequeo y estoy impecable. Pero la presión va y viene. Es por la locura que tengo encima. “Bajá los decibeles”, me dice el médico. ¡Qué vivo! “¿Cómo querés que haga?”, le digo. Como sano y bien. Me mantengo. Trato de seguir en pie porque tengo una familia y no puedo ni debo bajar los brazos. Hay que pelearla haciendo honor a quienes se fueron antes, siguiendo la lucha con una sonrisa, porque una sonrisa siempre ayuda más. Es el momento de querernos.

La chica del sombrero rosa puede verse de jueves a domingo a las 20 en La Casona, Avenida Corrientes 1975, C.A.B.A.