Amo y señor de la actuación argentina

El actor Arnaldo André supo ganarse un lugar de importancia en la actuación argentina. Tiene 79 años, sigue trabajando y, cuenta, no para de aprender.

Gente de todas las edades hace fila cada fin de semana frente al teatro Broadway (Corrientes 1155) para ver la obra El Enganche, protagonizada por Arnaldo André y Miriam Lanzoni, dirigidos por Osvaldo Laport. Pero las presentaciones van más allá: de lunes a jueves se presentan con igual convocatoria en la costa atlántica. Desde un hotel frente al mar de Miramar -la ciudad en que le toca esta vez- André habla con Comunidad PAMI sobre su aprendizaje infinito como actor, la paz personal que alcanzó con la madurez y el orden de su vida privada para llegar a sus 79 de la mejor manera.

-¿Cuál es tu fórmula para mantenerte trabajando?
-Hacer siempre lo que quise en cuanto a que acepté lo que consideraba que debía hacer y no sólo lo que me proponían. A algunas cosas dije que no. Si no lo consideraba interesante, no lo aceptaba. Claro que es algo que se logra con el tiempo, porque depende de muchos factores. Hay gente que decide hacer algo que necesita, tal vez por cuestión económica. No fue mi caso, gracias a Dios. A la vez, nunca me presté a los escándalos. Eso hace que la gente te respete, que se interese por el trabajo de uno. Y que interese a los productores al saber que uno es responsable y que le dará una imagen distinta a su espectáculo.

-Suele decirse que el actor, y sobre todo el actor famoso, no tiene problemas económicos.
-La fantasía creada a través del actor es infinita. Se puede decir de todo, pero mi realidad es otra. Trabajé desde chico, fui reservado en todo aspecto y en lo económico supe invertir, ahorrar. Hoy paso un momento con mi vida asegurada: no tengo que salir corriendo para hacer cualquier cosa para sobrevivir. Para eso trabajé mucho y en muchos países. Eso me permite, hoy, girar por placer.

INFANCIA ARGENTINA
-¿Cómo recordás tu infancia en Argentina, antes de volver a Paraguay?
-Vinimos a mis 5 años, hice la primaria desde los 6 y a los 9 volvimos a Paraguay, donde completé estudios. A los 17 tenía previsto volver a estudiar teatro y así lo hice.

-¿En qué barrio vivías?
-Al sur, en Bernal. Supongo que porque mis tíos eran de Quilmes.

-¿Solés volver al barrio?
-No suelo ir. Ya no tengo… siempre me digo que quiero pasar pero no lo hago. Tal vez porque ya no hay afectos. Me tira esa zona para ver los lugares físicos, cómo quedaron, cómo eran antes las calles y demás. Por eso volvería. Para ver a mi escuela, la Escuela 31, sobre Dardo Rocha. No es algo imposible de hacer. Me lo tendría que proponer.

-Los fines de semana actuás en Capital Federal y entre semanas, en la costa atlántica. ¿Cómo se llevan esas horas?
-La diferencia es que el público en la zona del mar tiene otra energía, está más relajado. Suelo observar desde el hotel con qué entusiasmo van a la playa: sus regresos. Pienso en esa gente. Observo y pienso en el esfuerzo que hicieron para llegar, para pagar una entrada al teatro. Esas cosas.

-¿Sos de observar?
-Soy de observar mucho, desde la escuela de teatro que soy de observar. Nos enseñaron a observar a la gente para inventar personajes. En lo profesional me alimenta observar. Me quedó eso. Hace mucho tiempo, viviendo en México, fui a pasear a un lugar de calles de piedra y por esas calles me sentía tentado de entrar a una casa y ver cómo viven. Esa curiosidad me quedó de siempre. Hoy me pasa lo mismo. Es una curiosidad innata que desarrollé, supongo. También me gusta hablar con la gente, con los empleados y empleadas del hotel, por ejemplo, preguntarles dónde viven, sin meterme en sus vidas, claro. Uno nunca termina de aprender. Uno tiene que ser curioso.

-¿De eso también se alimenta el trabajo del actor?
-Se alimenta, entre otras cosas, de algo relacionado con el trabajo de observar permanentemente, periódicamente; observar cada vez más. Cultivarse intelectualmente. La lectura, por ejemplo, nunca la abandoné. La lectura alimenta mi fantasía. En ella descubro imágenes, palabras. Voy más allá: ahora, con el teléfono celular, y con Google, no dejo pasar una sola palabra que no entienda. Esa es una manera también de cultivarse, de ir creciendo. Informarse qué pasa con la salud, con la política, con la economía.

-¿Cómo entraste a la lectura?
-De chico leía revistas de historietas. En un momento dije que quería leer algo que no tenga necesariamente dibujos. Empecé a leer libros de bolsillo, de cowboys, o policiales. Cuando empecé a interesarme con las clases de teatro leía teatro. Fui ampliando mi campo de lectura. Mucha ficción. Y siempre dos libros. Uno en la mesa de luz y otro viajero, que lo llevo a las giras, a los hoteles.

-¿Qué estás leyendo ahora?
-El último de mi mesa de luz fue el de El Enganche, porque tenía que estudiar el libreto a la noche, antes de dormirme, y me levantaba a la mañana y volvía a leerlo. El libro viajero actual es La ridícula idea de no volverte a verte, de Rosa Montero, que me lo regaló mi amiga (la actriz) Marta Albertini. Hermosa historia.

-A pesar de tanta experiencia en la actuación, ¿te ponés nervioso antes de salir al escenario?
-Un poquitito, pero no mucho. No temo en absoluto. Sé que voy a salir adelante. Debo tener un indio dentro, o un chino, por mi tranquilidad. Por supuesto hay un cosquilleo antes de subir, pero no más que eso. Por el contrario, muchas veces pienso, al escuchar a la gente acomodarse en la sala, qué sentirán los jugadores de fútbol cuando salen al campo y ven esa cantidad enorme de gente que los recibe. Además, me llama la atención de los futbolistas que están muy concentrados y no sonríen. Siempre serios.

-¿Qué rol juega la pasión al momento de actuar?
-La pasión no decrece en mí. Es la misma de siempre o más fuerte aún. Es una bendición, como te decía. Siempre pongo todo porque hay un público que espera lo mejor de uno.

-¿En qué te sentís más cómodo entre el teatro y la televisión?

-El teatro brinda la posibilidad de ser creativo, de inventar un personaje, de desmenuzar un texto. Tenés un tiempo dichoso que te ofrecen los días de ensayo. En la tele es todo rápido: leés el libreto, lo aprendés y listo. El teatro provoca una emoción grande porque sabés que el público está ahí y no hay forma de equivocarse: si supiste aprovechar muy bien los días de ensayo al salir al ruedo, estás preparado. La tele es algo casi improvisado. En la tele el tiempo no es generoso. La tele te deja con ganas de mejorar tu trabajo.

-¿Cuál es la relación entre el público argentino y el teatro?
-Este es un país con una cultura teatral inmensa, rica, y la gente siempre va a ir al teatro. Hay muchas salas, under y no under, y esto no desaparecerá. La del teatro es una cultura que se hereda.

-¿Qué hiciste durante la cuarentena por Covid 19?
-Me tuve que acostumbrar a estar en mi casa, me sirvió para leer mucho, meterme dentro mío. Llamar a gente a la que no llamaba desde hacía bastante. Tuve mucho más tiempo para pensar. No salí a la calle pero me las ingenié para hacer ejercicio. Mucho Netflix. No la pasé mal. Me hice fan de las novelas turcas y brasileñas. Lo único que heredé es la siesta de las cinco de la tarde. Me levantaba tarde, desayunaba 12.30 y luego, una siesta. También cocinaba. Cocinar para mí es una terapia.

-¿Cómo se llega tan activo a los 79 años?
-¡Ahhh! Me cuido con los alimentos, cosa que en las giras no es fácil. Hago ejercicio físico, voy al gimnasio. No fumo. Bebo alcohol socialmente. No sé qué es “endrogarse”. Y trato de cultivar el humor. Tengo mucho humor. Hago bromas. Por otro lado, creo que logré cumplir eso de tener paz interior, que hace que mañana pueda ver las cosas de otra manera. Me duermo, analizo lo que fuere y si no puedo solucionar algo, ya pasará. No voy al psicólogo ni nada. Pero pienso en mí, de qué manera me siento mejor, de qué sirve llenarse de broncas con uno mismo. Si tuve un disgusto dejo pasar unos días antes de acercarme a la persona y charlo.

-En los 80, Luisa Kulliok y vos la rompieron con Amo y Señor. ¿Qué te queda de aquello?
-La recuerdo como una época de un rating enorme, con chicos que decían que se volaban de la escuela para ver un capítulo. Cosas así, maravillosas. Ese fue un tiempo maravilloso. Derivó en que siempre me trataran con cariño y respeto a cualquier lado que iba. Aún hoy, me siguen respetando.

Tras esto, André se alista para la siesta. Lo espera.