Lalo Mir, más allá del micrófono
Locutor, periodista, comunicador, uno de los referentes de nuestra radio cuenta por qué se mantiene vigente a sus 70 años en un mundo de cambios urgentes.
Lalo Mir -Eduardo Enrique, su nombre- dice que “la curiosidad” lo mantiene vivo, vigente. “Soy un tipo curioso”, se presenta ante Comunidad PAMI, mate en mano y desde su casa de San Pedro, provincia de Buenos Aires. Allí nació el 14 de junio de 1952. Hoy es uno de los “animales de radio” que tiene Argentina.
Estos últimos años los vivió entre su casa sampedrina, la Ciudad de Buenos Aires y algunos viajes. El último, nos cuenta, fue por España. De esos viajes dejó testimonio en Instagram, la red social a la que más acude por facilidad, por costumbre y porque -en algún punto- es la que le gusta dentro de lo que son las redes sociales.
Instagram forma parte de ese andamiaje de curiosidades que lo mantienen activo: a sus 70 parece de menos. De hecho, y se ríe al contarlo, cuando quiso entrar la Catedral de Sevilla no le creían que era mayor de 65 para abonar la entrada al precio diferencial. “Les tuve que mostrar el documento”, explica. “Es lindo que pase eso”.
Quienes crecimos en los 80 lo recordaremos porque era la voz de Del Plata en los tiempos de Malvinas y de la Rock and Pop que tanto cambió la radio argentina. Hoy su voz parece la misma. Parece, como su aspecto físico, detenida en el tiempo:
-La voz cambió un poco. Al escuchar archivos entiendo que cambió un poco, pero se conserva el timbre. El hecho de que uno siga trabajando ayuda, como cualquier otro oficio. Si dejás de trabajar un tiempo se pierde esa habilidad. Pero los que trabajamos con las cuerdas vocales… El Negro Lavié, por ejemplo, que no paró nunca, aún tiene la misma voz.
-¿Por qué creés que mantenés la vigencia laboral?
-Tengo un espíritu contradictorio. No digo que soy bipolar, pero le pego en el poste. Hay momentos en los que eso es un tema y otros en los que no. A veces me pregunto por el futuro, pero en general no ha sido una preocupación. Me ha sorprendido la vida, privilegiadamente. Con mucha oferta laboral hacia mí. Entonces a veces tuve que parar forzosamente. Dejé de hacer radio en vivo en 2018. No hago más radio en vivo desde 2019. Me tomé cuatro años sabáticos enteros, que fue algo autoimpuesto para que no se me queme la cabeza. Me gusta parar. Pero no tuve problemas para el regreso. Es un privilegio en este país en el que las posibilidades laborales a muchos les resultan esquivas.
-Se te nota con espíritu joven. ¿Coincidís?
-El de la radio y la tele y, ahora los multimedias, es un negocio en el que trabajan y viven del oficio unas pocas miles de personas. Pero la cantidad de pibes que estudian la carrera y se preparan para trabajar de comunicadores son más. Evidentemente mi empuje, que es una característica mía, es una buena herramienta. La juventud es propia, mía. En mi pueblo, por ejemplo, veo a muy pocos en estas condiciones. Incluso algunos están bastante deteriorados. Tal vez sea algo que viene conmigo. Es la curiosidad. Hay como un estado de infantilismo o de eterna juventud que tiene que ver con la curiosidad y con mi relación con el arte. Siempre dije que mi manera de hacer radio, de construir un programa, tiene más que ver con el método de un artista que con el de un comunicador. Esto porque me aburro de mí mismo. Siempre rompo todo. Es una característica más de los artistas que de los hombres de medios de comunicación. El artista lo toma como un juego, como una necesidad del alma. Así son los que viven muchos años y no dejan nunca de trabajar.
-No perder la capacidad de asombro.
-Hay muchos ejemplos de pintores, arquitectos, tipos que mueren a los 103 años y que viven hasta su último día trabajando. Es gente que por un lado no pierde la capacidad de asombro, que no es fácil, porque siempre hay que lustrarla, sacarle brillo. Significa que hay que moverse, andar, seguir activo. Y la curiosidad, que es innata, creo que forma parte de este paquete. Son condiciones fundamentales: sentirse siempre activo, no sé si joven; y otra es no tener sobrepeso. Es el famoso secreto de los Rolling Stones: hacen lo que hacen todavía porque están muy flacos. Calculo que fui beneficiado por los genes, el destino y un poco de mi infancia, de mi familia, de mi educación.
-Suele decirse que a determinada edad no hay mucho por hacer.
-En mi caso, me aburro mucho de mí, de las cosas. Todo el tiempo busco algo que me sorprenda. Cuando hago algo durante un tiempo, automáticamente tengo que recrearlo. Si uno escucha mis programas de radio notará que no se parecen. Los modifico continuamente, porque repetirme me aburre. Esto hace que haya estado muy ligado al avance tecnológico, porque soy curioso, soy fierrero. Empecé como locutor pero trabajé como editor mirando a los operadores. Miraba, miraba, miraba. No tenía la ductilidad de alguien que lo hace todos los días, pero lo aprendí. Lo mismo me pasó con todas las ciencias que rodean a la radio y la comunicación. Alguna vez faltó un guionista y me puse a escribir. Alguna vez fui musicalizador. No lo era pero me obligaban las circunstancias. A medida que la tecnología evolucionó empecé con una isla de editar análoga y cuando vino lo virtual trabajaba en Chile, donde lo informático y lo virtual llegó antes que a la Argentina. Entonces me traje esa tecnología. No me cuesta. Manejo Instagram un poco, pero no Facebook ni Twitter. Lo sé hacer, pero no conozco al pie sus herramientas. Si tengo que hacer un cambio de pasaje de avión por la compu, lo hago, pero sé que esas páginas están diseñadas como el culo. No haber perdido el tren, no parar, me ayudó. Porque si paraba dos o tres años y no tocaba nada por ahí al volver notaba la falta de training. !Gracia a Dio!
-¿Te gusta trabajar desde tu casa en vez de trasladarte hasta el típico estudio de radio?
-Me encanta hacer radio desde casa, desde Nueva York, desde España y desde Costa Rica. Y me encanta ir a la radio, porque lo que sucede en la mesa con el operador y la gente no es lo mismo. La energía es diferente. Hay muchas cosas que no transmite la digitalidad. Es otra dinámica. Me gustan las dos cosas.
-¿Y las nuevas tecnologías en general?
-Dan una gran oportunidad con esto de la comunicación más horizontal. De todos modos creo que es un sistema perverso. No tenemos ni idea del control que se ejerce. No indaguemos porque nos pondríamos paranoicos. Estamos controlados y eso se va a acrecentar. Cuanta herramienta consiga el poder para manejar y sintetizar los hilos a través de esta cuestión digital, ya sea en Rusia, China, Estados Unidos o mismo acá, la va a utilizar. Somos binarios, River o Boca, izquierda o derecha. La construcción de la historia del ser humano no fue binaria, fue conversación, fue pacto. Así se dieron los grandes pasos de la humanidad.
-¿Eso podrá cambiar?
-Creo que se puede cambiar, pero serán otras generaciones las que lo cambien. Generaciones que hayan crecido con esto. Yo, en cambio, lo adquirí. Soy lector, leo filosofía, historia, sociología y creo que puedo tener criterio. Pero la mayoría de la gente de mi edad ya no. Es un mundo distinto que se vuelve adverso. El ser humano tiene capacidad de adaptación: de la nada hicimos naves espaciales, estaciones orbitales, construimos edificios en el medio del desierto. El ser humano puede hacer lo que quiera; lo mejor y lo peor. Entonces la posibilidad de cambios está. Sin embargo, cada vez menos gente es dueña de más cosas. Hoy los dueños del mundo son 10, si no decimos 5. Hace 100 años no era así. Esa brecha de los que más tienen es el control: te tengo con la pantallita y estás contento mirando boludeces.
-Y nada es gratis.
-Autos, seguro del auto, impuesto del auto, internet, cable, prepaga. La mitad de tu ingreso se va en cosas que antes no existían. Tenés un sueldo, así que si decidís pasarte al premium te van a cobrar más. Ese pago lo vas a tener que sacar de otro lado del sueldo.
-¿Se puede estar ajeno a ese mundo?
-Uno puede no participar: “no tengo internet y me dedico a pescar”. Hay gente que lo hace. Pero las nuevas generaciones viven con un teléfono en la mano. Es gracioso ver en la mesa del bar a cada uno con su teléfono. Se reúnen para mirar el teléfono.
-¿Qué usás de todo eso?
-Whatsapp. Lo atiendo dos o tres veces al día, no contesto al toque. A la noche el teléfono desaparece. Lo miro a la mañana, pero no respondo continuamente, no estoy on line todo el tiempo. Trabajo más con el mail. Hablo poco por teléfono. No sigo Facebook, ni Twitter, ni Tiktok. Sólo manejo Instagram. Cuando empezaron las redes hacia el año 2006, 2007, lo primero que usé fue Twitter. Actuaba mucho con el chat de Gmail. Después el Whatsapp. Y después todo junto. En un momento dije basta. Entiendo que le sucede a muchos. Es uno de los males de la psiquiatría esto de sentir que uno se está perdiendo algo todo el tiempo. Como dice el filósofo coreano Byung-Chul Han, “estamos compitiendo contra uno mismo”. De ahí la cantidad de psicofármacos, que estemos medicados, con ansiedad. Pero la realidad es que no te perdés nada si dejás el teléfono apagado.
-¿Te gusta leer, no?
-Leo de todo. Ahora estoy leyendo a Lucía Berlín y me esperan los nuevos de Fontanarrosa. Y tengo otro de Galeano. Estoy leyendo de todo, pero me tiene que interesar. Leo mucho, en general. Me interesa lo del mundo moderno, la nueva filosofía, o la sociología que habla de nosotros y del futuro. También arquitectura y urbanismo. Me encanta la historia. Como te decía, soy curioso: de entrar a una biblioteca y revisar, moverme. El hábito de la lectura lo tengo desde mi adolescencia, junto con el de los viajes.
-¿Cuándo empezaste a viajar?
-En 1979 me fui dos meses a Europa. Dormía en los trenes. Después no dejé de viajar. Conozco bastante América, un poco de Norteamérica, México. Hay lugares a los que vuelvo. Como Cuzco. Hice tres veces el Camino del Inca. Europa he recorrido bastante. Fui al Sudeste asiático, Rusia, España mil veces. Visitar amigos en otros lugares es maravilloso. Viajar es como decir que le saco brillo a la capacidad de asombro. El viaje es una de las mejores herramientas porque tenés la posibilidad de compartir y conocer y vivir emociones muy diferentes a las tuyas. A viajar también se aprende: no a hacer turismo sino a viajar, a ser viajero, a detenerse. Lo disfruto muchísimo. Al viajar me siento en otra dimensión. Me encanta. No hago nada turístico. Camino por las calles, miro a la gente, tomo cerveza, me sorprendo con el cambio de las ciudades.
-¿Qué cosas te sorprendieron de tus últimos viajes?
-Barcelona, por ejemplo, que ahora está llena de gente durmiendo en las calles. ¡Los Ángeles! Estuve en Los Ángeles: hay una avenida en la que viven 6.000 homeless en carpas. Se les desmadró. ¡En el centro de la ciudad! Viajar es vital. Voy a viajar hasta que me dé el cuero. Hasta en sillas de ruedas. ¡Y vivan que el aire es gratis! Es lo único que queda gratis.