A SUS 83 AÑOS RECORRE EL PAÍS EN SU CASA SOBRE RUEDAS

Sara Vallejo entendió como ninguna que la vida puede ser más linda después de jubilarse. Sin muchas vueltas  vendió su departamento, se compró un motorhome y decidió vivir en las rutas. “Cuando manejo siento una dosis extra de adrenalina. Cualquiera puede lograr los sueños. Es cuestión de tomar la decisión”, resume sobre esta experiencia hermosa y llena de aventuras que puede seguirse por sus redes sociales.

Eran los años 50 y la mamá de Sara Vallejo se jactaba de tener registro de conducir. A su hija solía decirle que en la vida había que hacer tres cosas para no depender de un hombre. Una era estudiar, la otra trabajar y la tercera manejar un auto.

Así que Sara, después de casarse con apenas 20 años cumplidos, estudió arquitectura pero no terminó y trabajó de manera intermitente porque tenía tres hijos y no era fácil despegarse de las costumbres de la época. Pero lo que le gustaba era manejar y en eso no había tutía. Aprendió con un Jeep de los de antes y aprobó el curso del Automóvil Club Argentino, igual que su madre, también Sara.

Luego se subió a una estanciera y así. Eran los años 60, cuando vivía en Quilmes. Hasta que su marido tuvo una oportunidad de trabajar en Tucumán y hacia allá fueron. Sara tomó el Renault 12 familiar y se dedicó a llevar a pasear a futuros trabajadores a conocer Tucumán, Tafí del Valle y Yerba Buena. Imaginen entonces lo que serían los comentarios al ver a una mujer llevando hombres en un auto. “Manejaba ligero. Era audaz”.

Pasaron los años, siguieron en Tucumán, los hijos crecieron. También se fueron a conocer Europa. Sara tenía 44 cuando empezó a estudiar inglés: se recibió de profesora y enseguida trabajó como coordinadora de un instituto. También armó una librería con materiales en inglés a los que en Tucumán no se tenía acceso. Una mujer libre y trabajadora. Tanto que pudo utilizar su libertad al darse cuenta de que la relación con su marido, Alberto, no daba para más. “Como las ramas de esos árboles que crecen juntas y de repente quedan separadas, como en direcciones diferentes”, ejemplifica ante Comunidad PAMI en la que será una video conferencia de casi dos horas. “En 2004, y después de 43 años, nos separamos sin planteos ni nada. Estábamos aburridos. Nos apreciábamos mucho y nos respetábamos más, pero ya no éramos un matrimonio sino amigos viviendo en la misma casa”, explica.

Después llegó otro amor. “Hasta que a este buen hombre se le ocurrió morirse de un infarto en mi casa”, recuerda con emoción. “Fueron cuatro años que valieron por mil”, agrega. “No lo lloro, agradezco haberlo conocido”.

Ni la jubilación le impidió seguir trabajando ni el tiempo le frenó los deseos de viajar. Una tarde, charlando con un ex de su hija, se dio cuenta que si algo le gustaba era viajar. “Mis amigas miraban la tele, los programas de las divas y jugaban a las cartas y al buraco y a la canasta y a los dados y a muchas cosas para entretenerse, pero eso no me llenaba. Era tremendamente aburrido tejer, coser, bordar, lo que había aprendido de mis abuelas y de mi madre. Pero no me gustaba”.

“A los 79 me planteé qué hacer. Fui madre, fui esposa, era abuela, viajé ¿Qué más? Quería seguir viajando pero no con la cuestión de tener que tomar avión tal día, a tal hora, en tal aeropuerto. Pendiente de horarios, reservas. alquileres de auto, etc. No quería planificaciones. Quería hacer la mía. Todavía tengo energía para tirar al techo”, rememora.

Y dice: “Entonces imaginé cómo sería mi vida en un motorhome. Andando y andando y andando. Si me quedaba en casa había que seguir pagando impuestos, jardinero, limpiar la pileta, dejar a alguien para que la cuide. Entonces me dije que tenía que vender la casa. Esa fue una decisión crucial”.

Juntó a sus hijos y les contó cuáles eran sus planes. La sorpresa de ellos fue obvia. Pero ella avanzó de todos modos.

Vendió lo que no usaba. Armó una feria de garage y recaudó dinero. Pero los números todavía no le daban. Ligera de equipaje, se desprendió de platos finos, cubiertos de ocasiones especiales y ropas y recuerdos. “Me quedé con lo justo y necesario”, dice. “Tenía 79 años cuando le vendí la casa a mi hijo Fernando y compré un motorhome en los Estados Unidos. Tres meses tardó en llegar. Cada día me levantaba y seguía por computadora su camino hacia Argentina”. Fue a Montevideo a buscar esa mole marca Ford de 7 metros de largo. Baño, comedor, cocina, dormitorio, lugar para cuatro personas. 30 mil dólares. “Un monoambiente sobre ruedas”.

Al principio manejaron sus hijos pero al rato ella se puso al volante. “Yo estaba acostumbrada a mi Corsita, con caja de cambios manual. Este era automático. Así que un poco de cosa medio. Pero enseguida me di cuenta de que era tan fácil como manejar un Fiat 600. En la ruta, a los 5 minutos de manejarlo, pasé a un camión. Mis hijos se asustaron y me pidieron que los dejara manejar a ellos. Pero en ese ratito fui feliz. Los dejé manejar. Total, tenía la vida por delante para seguir manejando”.

Hoy, con 83 años, ya recorrió Uruguay, Chile, Perú, Brasil y casi toda la Argentina. Sus hijos le erraron con aquello de que a los dos meses de haberlo comprado lo iba a vender. El motorhome es su casa. “Si algo aprendí de esto fue el desapego. Dejar el confort y arreglarme con lo mínimo necesario”. Sara vive con la ropa justa, cuatro tenedores, 4 cuchillos, cuatro platos, cuatro vasos. “Y se acabó la vajilla”, ejemplifica. 

El 19 de marzo de 2020, cuando comenzó la cuarentena por Covid en la Argentina, andaba manejando por la provincia de Córdoba. “Ese año no lo cuento”, le dice a Comunidad PAMI desde un pequeño departamento de su hijo, en Tucumán. En el encierro escribió un libro en el que cuenta su vida sobre ruedas. 80 años no son nada. Lo escribió en ocho meses. Sara los empaqueta y los envía a sus lectores. Tiene casi 50 mil seguidores en su cuenta de Instagram. “Soy Sara de Argentina. Viajera incansable. Recorriendo América Latina. Llevando un mensaje de disfrutar la vida y que la juventud no tiene edad”, se presenta en esa red social. Sus aventuras se cuentan además en un documental que se titula A dónde me lleve el viento. Todo vale para recaudar para la nafta. “No sabés lo que consume el motorhome”, se ríe.

“No sé lo que es el miedo”, dice sobre sus salidas a las rutas. “Al contrario: no tengo planes. Cuando me levanto veo para dónde va el viento y para allá voy también yo”, dice. Ese ir y venir le hizo celebrar sus 80 (3 de marzo de 1938) en una plaza de Brasil. 

A sus hijos les prometió que sus próximos viajes los hará con un compañero o compañera que pueda reemplazarla al volante: “Algunos creen que no puedo manejar más y que me tengo que jubilar de nuevo. Pero estoy segura de que todavía puedo manejar”.

En estos días el motorhome descansa en la calle, a metros de la casa de su hijo, donde se hospeda. Todos los días sale a verlo para asegurarse de que esté bien y cada dos o tres lo pone en marcha. Pero cada tanto se hace un viajecito. Siempre tiene quien le cebe mate, le saque fotos, le ponga música en el pasacassettes (el motorhome no tiene cd ni bluetooth) o suba sus historias a las redes sociales. 

“Cuando manejo el motorhome siento una dosis extra de adrenalina. Subo al motorhome y me siento de 20 o 30 años menos. Hasta me siento linda y joven. Cualquiera puede lograr los sueños. Es cuestión de tomar la decisión”, se ríe. Y después: “Esto no es un vehículo. Es mi casa”.