101 AÑOS NO SON NADA

Vive en una residencia de PAMI desde hace 40 años. La semana pasada cumplió 101 y los celebró rodeada de amor. Tiene una memoria prodigiosa, un buen humor arrollador y unas enormes ganas de seguir haciendo cosas. Les presentamos a Carmen Lemos, la mujer que le hace honor a las tres cifras.

“Yo tampoco puedo creer la edad que tengo”, sonríe ante el halago. Su único problema es que no escucha bien de uno de los oídos, pero lee perfecto sin anteojos y se maneja muy bien con el celular. Vive en la residencia de larga estadía Balcarce, de PAMI, en el barrio porteño de San Telmo donde eligió quedarse hace casi 40 años. “Casi que la inauguré”, dice Carmen Lemos, que el martes 13 de octubre cumplió 101 años. 

El problema de no escuchar bien tiene solución de la mano de Alicia Rodríguez, la directora de la residencia, que la ayuda a que esta entrevista se pueda realizar por videollamada. Entre los tres -Carmen, Alicia y Comunidad Pami- se va armando esta charla que se prolonga hasta que la hora del almuerzo apura el final. De no ser así, hubiera seguido a pura anécdota. Porque Carmen tiene una memoria prodigiosa y un humor que contagia felicidad. 

“Nací en Intendente Alvear, La Pampa, el 13 de octubre del 19. Un lugar hermoso. Me vine a Buenos Aires a los 20 años. Primero vino mi hermano a trabajar a una panadería, después yo y por último la familia”. 

“Nunca me casé. Quién te dice, a lo mejor por eso es que llegué a los 101. Sí, sí, poné que es por eso: porque nunca me casé. Le tenía un poco de miedo a los hombres. Eso sí, iba a bailar, eh. No es que me quedaba todo el día adentro. Una vez una señora me preguntó cómo llegaba a los 101. Parece más joven, me dijo. ¿Usted está casada?, le pregunté. Si, me dijo. ¿Tiene hijos?. También tenía hijos. Es eso, le dije. Bueno, no, los 101 años supongo que son un regalo de Dios. Aunque a veces ni yo sé la edad que tengo”.

“Una vez, en un baile, conocí a un chico. Quería conocer a mi familia y entonces lo invité a mi casa. Pero en un momento medio que se puso prepotente y lo eché. Me pidió perdón. Ahí está la puerta, le dije. Nunca más un novio”.

“Siempre me gustó la costura. Tuve un negocio de modas en (el barrio porteño) Belgrano R. Pero todo cambió cuando murió mi mamá, hace 40 años. Elegí venirme a vivir acá, porque no quería ser una carga para nadie. Me acuerdo de que me vine un 28 o 29 de febrero. 1979, tal vez”.

“Acá hago de todo. La paso bien. Hace unos años con una compañera, cuando no nos podíamos dormir, empezamos a quedarnos a la noche cuidando la residencia, como si fuésemos las de seguridad. Nos quedábamos toda la noche vigilando. ¡Qué bien la pasábamos!”.

“De todas las compañeras de habitación que tuve, la que más recuerdo es Elvira. La verdad es que tuve muy buenas experiencias acá. No me acuerdo de todas, pero la sensación es muy buena. Con Elvira convivimos más de 20 años”.

“Antes no me gustaba jugar a las cartas. Pero ahora sí. Cartas, dominó, dados, escoba, buraco, chinchón, damas. Nunca aprendí a jugar al truco. Tampoco me interesa”. 

 “No tuve hijos pero tengo dos sobrinas hermosas, Lidia y Mónica, con quienes tengo una gran relación. Están muy pendientes de mí. Antes venían los domingos y me llevaban a comer. Ahora que no se puede salir vienen y me saludan por la ventana. Para mi cumpleaños vinieron y me saludaron desde la calle”.

“La tortilla de cebolla: ese es mi plato preferido. Pero me gustan muchas cosas. Ya no como carne, pero en los restaurantes me gustaba pedir asado con papas”.

“Soy socia vitalicia del Centro Asturiano. Iba a bailar todos los domingos y con lo que costaba la entrada me salía más barato hacerme socia. Te hablo de hace más de 50 años. Mirá cómo cambiaron las cosas. Ahora disfruto de otras cosas. Estoy encantada de hacer esta, cómo se dice, ¿videollamada…? Sí, videollamada”. 

“No uso anteojos. Hasta puedo leer sin necesidad de anteojos. Nunca los necesité. A muchos eso les llama la atención. Bueno, te soy sincera: a mí también. Saco fotos con el teléfono celular. Uso el WhatsApp para hablar con mis sobrinas”.

“Cuando empezó el tema del coronavirus a mí me dio positivo, pero no tuve síntomas. Empecé con fiebre y me aislaron 14 días en el piso 9. No me asusté. Estaba de lo más tranquila. ¿Para qué me tienen acá?, le preguntaba al doctor. ¡Qué risa! Si era por mí, me iba sola”.

“Todos me dicen que estoy mejor que Mirtha Legrand. Pero ojo que ella no tiene mi edad, eh. Ella tiene 92, creo. Se mantiene bien. Pero tiene menos edad que yo”. 

“Ahora la gente vive más, por suerte. ¡Antes a los 40 se morían todos! Tengo una compañera de 99 años. Epifania, se llama”.

“Me gusta pintarme las uñas. Las chicas acá me ayudan a pintarlas. El sábado pasado una de las enfermeras me hizo estas florcitas en las uñas, ¿ves? ¿Se ve por la camarita? Esperá que te las muestro mejor así las ves. Toda la vida me las pinté. No es que sea coqueta. Bueno, cuando era joven, a los 22, más o menos, sí era coqueta”. 

“Lo más triste que me pasó en 101 años fue la muerte de mi papá. Cuando murió no comía ni nada. Eso me trajo mucha tristeza”.

“No me gustan la política ni el fútbol. De los hechos históricos, lo que más recuerdo es cuando el hombre llegó a la luna. Lo vi por la tele”. 

“¿Cómo? No le oigo bien. A ver, Alicia, ¿qué me pregunta…? ¿Qué voy a hacer en los próximos 100 años? Ya tengo uno de esos próximos cien: me quedan 99. Una máquina de coser, me gustaría. Lo que sé que no voy a hacer es casarme. Porque si me caso, andá a saber lo que me toca. Que no le gusta la comida, que qué estabas haciendo, a dónde fuiste… No quiero nada de eso. Mirá qué lindas me quedaron las uñas”.