Sobrevivió a La noche de los lápices y ahora, con 64 años, terminó el secundario

Pablo Díaz fue torturado por el gobierno militar luego de que lo secuestraran por reclamar por el boleto estudiantil. Cuarenta años después pudo terminar aquello que le quedaba inconcluso.
El 30 de noviembre pasado y con 64 años, Pablo Díaz entendió que al fin se cerraba el círculo en el que se sintió atrapado desde 1976, cuando un comando militar lo secuestró en La Plata, junto a sus compañeros del colegio secundario. Reclamaban el boleto estudiantil. La del 17 de septiembre del 76 se conocería como La noche de los lápices. Sólo cuatro de ellos sobrevivieron a las torturas. “No quería terminar la secundaria porque ellos no la habían terminado. Es como siempre querer ser adolescente para ser como ellos. Ahora que me recibí siento que mis compañeros se recibieron conmigo”, le dice Pablo Díaz, emocionado, a Comunidad PAMI. “Tengo heridas en el alma por la ausencia de mis compañeros y dolores en el cuerpo por las heridas físicas que me provocaron”, agrega.

Matemáticas era la asignatura pendiente. “Nunca fui bueno para el estudio”, sonríe desde la ciudad de La Plata, de la que nunca se fue. Ni siquiera cuando lo liberaron y le recomendaban que huyera porque corría peligro. Desde hace años recorre el país para dar charlas en cárceles, colegios y otras instituciones. Le sorprende que cuando les cuenta a sus oyentes que él es el de La noche de los lápices le preguntan: “¿todavía estás vivo?”. Le incentiva, nos cuenta, que sus vivencias puedan transformarse en un mensaje que le sirva a las nuevas generaciones para intentar un mundo mejor.

-¿La noche de los lápices, primero, y Argentina, 1985, ahora, sirven para refrescar memorias, tomar conciencia?

-Me parece que todo sirve. La repercusión generó la posibilidad de que me pregunten o descubran qué pasó. Entre ellos, muchos chicos. Por eso digo que todo sirve. Hoy doy charlas y me encuentro con chicos muy chicos que no saben qué es la dictadura. Descubren, se interiorizan y me permiten contarles. Es válido: te permiten hablar.

-¿Cómo son esas charlas?

-Hablamos de la violencia, de la dictadura, de la represión. Trato de reflexionar con ellos. Son como talleres permanentes en los que cuento mi experiencia para que ellos investiguen. Antes daba charlas cuando llegaba septiembre y se conmemoraba La noche de los lápices. Pero ahora es permanente. Desde 2022, mínimo dos dos por semana. De marzo a diciembre. Es increíble.

-¿Qué les decís?

-Entre otras cosas, que la libertad es colectiva. Porque van a querer que sus abuelos, sus padres, tengan recreación, vivienda, alimentos, igual que sus hijos. Entonces no es individual. Ahí empezamos la instancia de preguntas, de debates. Cuando les digo que el ser humano tiene también la capacidad del mal entramos en otra instancia de debate. Y hablamos del amor, de la sensibilidad social. Les digo que nada nació de un repollo. Entonces les pido que vayamos al por qué de las cosas.

-¿Te preguntan por el negacionismo que impulsan desde sectores de derecha?

-Hablamos de que la desaparición es un horror y no es algo cuantitativo. No se trata de 9 mil o 30 mil desaparecidos. El horror no es cuantitativo, es cualitativo. Tenemos que reaccionar ante el primer caso.

-¿Qué cosas te conmueven al entrar a una cárcel para charlar?

-El otro día fui a una cárcel en Marcos Paz. Pabellón 4. Chicos de 17 a 21 años que estudian la escuela primaria. Vieron La noche de los lápices. Uno de ellos, el más peligroso, según me dijeron, un pibe que tenía antecedentes por robo y asesinatos, me preguntó si extrañaba a Claudia (Falcone, su compañera desaparecida). Ese pibe que me hizo esa pregunta seguro que sueña con el amor. Esas cosas descubro en las charlas.

-¿El recuerdo de tus compañeros te impedía terminar el secundario?

-Sentía que el hecho de no recibirme me unía a ellos; a lo que ellos tampoco iban a terminar. Porque mi fantasía es que, cuando la naturaleza me lleve, volverlos a ver y preguntarles si hice todo lo que un sobreviviente hubiese hecho. Sé que me contestarán que sí.

-¿Cuál fue el click para terminar la escuela?

-En mi actividad privada empecé a motivar a muchos compañeros metalúrgicos, de Luz y Fuerza, a que terminaran la secundaria, a que se capaciten, que crezcan. Alguien me dijo “¿y vos, te recibiste?”. Yo no, dije, no la voy a terminar. Pero ese alguien me puso en un debate. Después otros dijeron que si yo me recibía ellos se iban a recibir conmigo. Ahí decidí terminar y esa decisión me permitió, aún sin saberlo, conocer las historias de mis compañeros de estudio. Los siete tenían historias. Ellos se sorprendían de mi historia. Creían que al ser una leyenda tenía todo resuelto. Y no. Había un barman que trabajaba en negro, un panadero también en negro, tres compañeras que limpiaban casas. Cada uno con una historia particular de por qué no terminó el colegio. Por los hijos, por la soledad, por salir a trabajar. Ellos me decían “si vos podés, nosotros podemos. Porque la pasaste peor”.

-¿Quién sentís que es Pablo Díaz hoy, más allá del sobreviviente de La noche de los lápices?

-Hoy soy observador. Sé lo que es el odio, lo que es la violencia. Escuchaba a los torturadores hablando de sus hijos mientras me daban picana en un catre, desnudo, atado. Por eso decía que me asusta la cotidianeidad de la negación, que se lleve el tema a si son 30 mil o 9 mil. El horror hay que ponerlo en la primera persona y no en lo cuantitativo.

-¿Qué aprendés de los pibes o pibas de las cárceles, por ejemplo?

-En la cárcel, con los pibes de 17 a 21 años, vi que el rico era yo. Ellos saben que, como clase media, tengo cosas que ellos no tienen por haber nacido en una casa con carencias. Como que me ponen ante otras contradicciones. La sensibilidad social, el amor, te traen contradicciones, te interpelan. Con esos chicos hablamos de lo mismo porque tenemos la responsabilidad de saber del horror, del odio. La educación es el acompañamiento social. Creo que en la instancia de la vulnerabilidad, de aquellos que no nacieron en la clase media, tienen que ser ayudados.

-¿Y con los adolescentes en general?

-De mis charlas con ellos descubrí algo que les gusta: los besos públicos, los besos de la plaza. Los adultos se besan en privado. Nunca vi besarse a mis padres. El adolescente tiene la madurez de los besos públicos. Hablamos de eso. Hablamos de qué es lo que no tienen que dejar perder o negociar con el sistema. Que no tienen que dejar de amar ni de querer besarse ni de seducir. Creo más en la pureza del adolescente que en la negociación del adulto. Ellos me ven como adolescente, por eso pueden hablarme. Me enseñan a no claudicar.

-¿Te pesa la diferencia generacional al conversar con ellos?

-No. Incluso tengo amigos que me piden que hable con sus hijos. Te voy a contar algo gracioso que me pasó en Salta, con el Indio Solari. Fui a dar una charla y me lo encontré en un ascensor. Cuando subíamos me preguntó si seguía dando las charlas. Le dije que sí, pero que sentía algo de vergüenza al pensar en lo que esperan los adolescentes de un viejo pelado. Y el Indio me dice: “¿y vos por qué te pensás que uso bufanda, anteojos negros?”.

-¿Cómo fue y cómo es tu vida después de recuperar la libertad?

-Sigo viviendo en La Plata, que para mí es una forma de resistencia. Tiene que ver con mi historia. Estuve preso en la Unidad 9 de La Plata y acá me quedé. Hace 20 años que estoy en la actividad privada, en una corporación, Pampa Energía. Presido la Fundación Pampa Energía. 1500 chicos de vulnerabilidad social becados. Apoyamos a las escuelas técnicas. Creo que pueden darles a los chicos vulnerables un oficio para vivir. Un chico de la escuela técnica no le teme al trabajo. Creo en eso. Mi actividad es privada, mi memoria popular. Voy a ensayos de obras de teatro basadas en La noche de los lápices que se hacen en todo el país. Armé una familia con Susana, compañera que militó conmigo en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios). Ella creía que me habían matado y se enteró de que estaba vivo cuando declaré. Desde ahí estamos juntos. Ella tenía un hijo, ya estaba separada. Ahora tenemos tres hijos: Juan Martín, Manuel Alejandro y María Amparo.

 

-Manuel nació un 24 de marzo. ¿Simple anécdota o qué?

-¿Viste? Cuando iba a nacer en el Instituto del Diagnóstico de La Plata, a los médicos, que sabían mi historia, les pedía que aguanten el nacimiento aunque sea hasta las 12 y un minuto para que nazca el 25. Pero mi compañera no aguantaba más y a las 11 y pico del 24 dijimos que sí, que venga. No quedaba otra. Fue cómico, porque queríamos que nazca a las 12 y un minuto. Siempre me pasaron cosas así.