LAS MOSQUETERAS 
DE LOS TAPABOCAS

Florinda, Nancy y María Esther viven en una residencia de larga estadía de PAMI, donde aprovechan sus horas para hacer barbijos que donan a hospitales e instituciones. La solidaridad como bandera.

Florinda Domínguez, Nancy Mechoso y María Esther Amodeo son afiliadas de PAMI que viven en la residencia Independencia, en la Ciudad de Buenos Aires, y hacen tapabocas para donar a diferentes instituciones. Para hacerlos, a su vez, reciben donaciones de telas. Así se arma una rueda solidaria que les permite llevar de mejor manera la pandemia por COVID-19. 

La iniciativa les valió un reconocimiento de la directora ejecutiva de PAMI, Luana Volnovich, a través de una videoconferencia. “A pesar del aislamiento, se mantienen más activas que nunca. Aprendamos de ellas quedándonos en casa sin perder la fuerza y la creatividad”, publicó la funcionaria en redes sociales después de intercambiar afecto con las mujeres y hacer referencia al programa Residencias Cuidadas que lleva adelante la obra social. 

 Florinda coordina el equipo de trabajo, Nancy lleva la iniciativa con su máquina de coser y María Esther se encarga de las terminaciones de los tapabocas. Arrancaron hace un mes y ya hicieron 500 que fueron donados a hospitales y otras instituciones. Entre ellas, el Hospital Garrahan. Para cumplir su propósito mantienen una rutina diaria de horarios. Nunca falta algùn compañero o compañera que se les suma para acelerar tiempos y ampliar cantidad. Arrancan después del almuerzo y cortan a las 17. Los sábados y domingos los horarios son más amplios.

“La idea surgió por una compañera que necesitaba una distracción durante la pandemia. En realidad, todas queríamos distraernos. Entonces empezamos a hacer los barbijos”, recuerda Florinda, de 78 años. Nancy -de 77- recogió el guante y llamó a su hija para pedirle que le lleve a la residencia la máquina Singer de mesa que tenía en su casa. Una vez que se la llevó empezó con los barbijos. “Sería lindo tener una máquina industrial. ¿Sabes qué? ¡Volaría con una industrial!”, se entusiasma. Y enseguida se califica de “experta” en el arte de coser. “Pongo los elásticos, los aliso y los tapabocas quedan listos para ser donados”, completa María Esther, la más grande de las tres, con 84 años.

Florinda se califica como solidaria “desde siempre”. “Me hace muy bien ayudar a los demás. Entonces, esta actividad me genera una emoción muy grande”, comenta. Nancy se ríe y dice que desde que está en el hogar se siente más joven. “Es como si tuviese 20 años menos. Todo porque encontré la manera de hacer algo que me satisface”. Y Nancy, que se suma más tarde a la entrevista porque se estaba cortando el pelo, se siente útil haciendo este tipo de cosas: “Tengo 84 años y muchas ganas de hacer”.

“Ellas visualizan lo que hacen como una donación. Esta residencia trabaja desde siempre la solidaridad a través de distintos trabajos. Todos los años renovamos el proyecto solidario a realizar. La solidaridad está aceitada. Se estimula la ayuda al otro. Y eso ya fluye muy fácilmente”, explica Romina Lorenzo, psicóloga y directora de la Residencia Independencia, donde viven 10 varones y 16 mujeres.

Allí, entre talleres de gimnasia postural, yoga, pintura y juegos, un grupo de personas mayores se entusiasma con nuevos proyectos, se compromete y le gana la batalla a estos tiempos de pandemia.