MADRE E HIJA, LA CONVIVENCIA FELIZ EN UNA RESIDENCIA
Luisa Calicchio y su hija Laura Verni comparten la vida en uno de los establecimientos de PAMI para personas mayores. En este hogar que eligieron para estar juntas pasan sus días entre costuras, charlas y comidas caseras. De sus recuerdos, alegrías y deseos, como que por fin se termine esta pandemia, hablan en esta entrevista con Comunidad PAMI.
Luisa Calicchio y su hija Laura Verni comparten la vida en uno de los establecimientos de PAMI para personas mayores. En este hogar que eligieron para estar juntas pasan sus días entre costuras, charlas y comidas caseras. De sus recuerdos, alegrías y deseos, como que por fin se termine esta pandemia, hablan en esta entrevista con Comunidad PAMI.
Las residencias de larga estadía son los hogares que muchas personas mayores eligen para vivir. De eso pueden dar cuenta Luisa Calicchio (95 años) y su hija Laura Verni (68), que comparten la vida en uno de los establecimientos que PAMI tiene en la Ciudad de Buenos Aires.
Luisa comenzó a vivir en la Residencia Balcarce en 2001 junto a su marido Rodolfo, quien falleció en 2015. Tres años después, Laura, aquejada por problemas económicos y personales, hizo gestiones para ingresar. “Tuve la suerte de que me dieran el lugar de papi”, le dice a Comunidad PAMI. A su lado está sentada su mamá.
“Es muy importante vivir con mamá. Es una persona muy especial: para ella hubiese sido más difícil estar sola. Y para mí fue una gran solución”, cuenta la hija.
El año de la llegada de Laura a la residencia coincidió con el momento de una caída de su mamá. La fractura de cadera fue determinante para que su hija la ayude en el post operatorio. Y así como Luisa perdió cierta independencia por esa situación, también recuperó la compañía de su hija.
“Cuando llegamos con mi marido teníamos hambre. Veníamos de pasarla muy mal económicamente. Recuerdo que, de entrada, nos sirvieron un plato de guiso de lentejas. ¡Qué rico estaba! ¡Qué bien cocinan! No me olvido más de ese plato, por lo que significó para nosotros”, recuerda Luisa. En los veinte años que pasaron desde entonces, no solo destaca el buentrato de los equipos de trabajo sino el disfrute de esas comidas diarias. “El pan de carne de los lunes es riquísimo”, convida.
Laura, en cambio, llegó dejando atrás su complejo entorno familiar y encontró un refugio junto a su madre. Aprendió a tejer y se organizó con otras compañeras para hacer ropa de bebés que serán donadas en un futuro. “Estoy embalada”, dice, con alegría. Vive una nueva vida. Más tranquila. También la tranquiliza ver a su mamá tan contenta. “Ella está feliz. Se lleva bien con todos. Y cuando quiere estar sola se queda en su cuarto y también la pasa bien”, describe. Porque a Luisa la entretiene el orden. “Estar con sus cositas. Para ella, su habitación es todo”, dice Laura.
“Los 95 hicieron lo suyo”, dice Luisa con simpatía. “Me gusta mirar la televisión, aunque tenga poca vista y esté un poco sordita”. Y enseguida dice que extraña al periodista Mauro Viale (recientemente fallecido por COVID-19), que fue su compañero de todas las tardes.
Además de la tele, Luisa disfruta de la vida en común con sus compañeras y compañeros y de coser. “A los 13 años le dije a mi papá que quería hacerme mi propia ropa y aprendí de una señora que vivía en la esquina de mi casa. A ella le compré mi primer dedal. Ahora tengo dos dedales: el mío de siempre y el que era de mi mamá”. Hacer la ropa es una manera de renovar recuerdos, como el que le sale al mirar a su hija y decirle: “A tus 3 años estabas tan linda. Yo te hacía ropa, nena”.
Laura destaca la alegre infancia que vivió a pesar de las dificultades que generó un temprano accidente de su padre. Con los años se casó y siempre trabajó. Fue empleada administrativa en una empresa en pleno centro de Buenos Aires. Llegó a tener tres empleos a la vez. Administró taxis. También los manejó. Fue remisera. Hizo su propia clientela con mamás que llevaban a sus hijos al colegio. Así, hasta el 2001. Más allá de ese tiempo de quiebre para los argentinos, Laura resistió. “No me puedo quejar de la vida que tuve”.
“Yo tampoco tengo derecho a quejarme. Viví bien siempre y acá también”, agradece Luisa y se ríe al recordar su regreso tras la operación de cadera: “Cuando aparecí me aplaudían todos. Mi hija decía que parecía Susana Giménez de tanto aplauso”. Y se emociona más cuando recuerda su festejo de cumpleaños reciente, el 23 de abril. “Estaban todos. Me aplaudían. Y no sabés la torta que me hicieron las chicas de la cocina. Tenía un corazón. Era preciosa. Divina. Y me dieron regalos”.
Ahora el deseo de madre e hija es que se pase de una vez “este tema de la pandemia”. Aunque saben que esto será largo. Por lo pronto, el 24 de mayo Laura cumple años y seguro que el festejo con torta y aplausos le traerá una nueva alegría. Esa alegría que estamos necesitando todos y todas en estos tiempos difíciles.